Las diligencias de Garzón que conocimos ayer están muy cerca de las pesquisas de Gila para detener a Jack ‘el Destripador’: «Aquí alguien ha matado a alguien Aquí alguien es un asesino…». Así hasta comerle la moral y conseguir que se derrote. Estamos tocando el fondo.
Las escenas del encuentro son una síntesis de los diálogos de Casablanca, con el argumento y el ambiente de La escopeta nacional. Al llegar al lugar de la cita, Baltasar Garzón se topa con el ministro de Justicia. «De todas las cacerías del mundo tenías que venir a ésta», dice Bermejo, mientras el fuego crepita en la chimenea y el comisario jefe de la Policía Judicial -no podía faltar el capitán Renault- hace al mismo tiempo de Sam y toca al piano As the time goes by, mientras un tal Jaume Canivell se afana en venderles porteros electrónicos; al ministro para el Ministerio, y al juez para la Audiencia Nacional.
Garzón debió intuir peligro en aquel mismo momento, dar unas excusas y marcharse, aunque el encuentro con el titular de Justicia fuera casualidad. La segunda en el plazo de un mes. Qué gran quiasmo para Zapatero: «Nuestros encuentros son casualidades. Los suyos, causalidades». Acababa de encarcelar a unos tipos que, según todas las apariencias, tenían negocios con instituciones gobernadas por el PP y el encuentro y la convivencia durante un fin de semana con Bermejo era sumamente indeseable. Garzón supo ausentarse tiempo atrás de conversaciones inconvenientes. En El hombre que veía amanecer cuenta a Pilar Urbano cómo se levantó de la mesa y se fue a la cocina para no estar junto al difunto Joaquín Navarro, mientras éste se ponía boquirroto.
En el asunto hay mucho misterio. Por ejemplo, la razón de que sea la Audiencia Nacional quien intervenga, en lugar del juez natural. Misterio es que Garzón decidiese detener a Correa y a su cuadrilla de pollos-pera un viernes y los dejara macerando, mientras se iba de montería a coincidir con el ministro y el jefe de la Policía Judicial. Otro misterio es que decidiera imputar a 37 personas, sin tomarles previamente declaración y sin conocer, en algunos casos, ni sus nombres. Así, por ejemplo, el imputado número 23, un tal «José Antonio ‘Pepechu’. (Empleado del despacho de Manuel Delgado)» y la imputada número 33, una tal «Carmen.(Empleada del despacho R. Blanco-Guillamot, bufete de abogados relacionado con el caso)».
Las diligencias de Garzón están escritas con el estilo de la casa, ampuloso, perifrástico e inconcreto. El redactor se cura en salud, al establecer que los hechos están «relatados sucintamente en aras a preservar el secreto de las actuaciones y a no perjudicar las investigaciones». En efecto, no hay detalles, cargos concretos, quién en qué fecha dio cuánto dinero a quién, cuál es el monto total de las operaciones, a cuánto asciende lo defraudado a Hacienda, en fin, los hechos, que son alma de todo relato, aun sucinto. Qué monumento al rigor expositivo en esa frase: «Francisco Correa da instrucciones para realizar dádivas a funcionarios públicos con el fin de obtener un provecho económico para él » o esta perla: «en países tales como China, Azerbaiyán y Miami ». Las diligencias que conocimos ayer están muy cerca de las pesquisas de Gila para detener a Jack ‘el Destripador’: «Aquí alguien ha matado a alguien Aquí alguien es un asesino…». Así hasta comerle la moral y conseguir que se derrote. Estamos tocando el fondo.
Santiago González, EL MUNDO, 13/2/2009