Miquel Giménez-Vozpópuli
Álvarez de Toledo, Cayetana, ha sido la novedad en esta campaña, por lo demás, perfectamente previsible. Su mordacidad, sus frases cortas e insolentes como un trallazo, sus miradas heladoras, han dejado a quienes se le han enfrentado en debates y polémicas totalmente desarbolados. Tenemos una Margaret Thatcher en Cataluña y es ella.
El gran mérito de la candidata popular es haber despertado el fuego del partido de Pablo Casado en un feudo para nada propicio a los populares. Porque, seamos sinceros, cuando fue nominada como cabeza de lista todos, yo el primero, arrugamos el gesto diciendo “A ver qué demonios pinta esta señora aquí”. La estupidez cortoplacista y, por qué no decirlo, esas gafas nacionalistas que, aunque nos pese, todos llevamos, nos hacían menospreciar a Cayetana por no ser oriunda de Cataluña. Gravísimo error, porque si se ha hablado más que nunca de mi tierra, del separatismo, de lo que de peligro supone y de sus temibles consecuencias ha sido, en muy buena parte, gracias a ella y a su enérgica defensa de la igualdad, del bien común, de la Constitución. De España, vamos, para no andarnos con circunloquios de socialista.
No hace falta recordar su gesto férreamente democrático en la Universidad Autónoma (UAB), haciendo la V de victoria frente a la masa de reventadores profesionales estelados; no es tampoco preciso desgranar sus temibles zascas a los separatistas en los debates en que ha intervenido; sería inacabable enumerar una por una las ocasiones en las que hemos visto brillar su capacidad de comunicar, de transmitir firmeza democrática, de ser humilde sin dejar de ser toda una señora, de enseñar los dientes al enemigo sin por ello dejar de sonreír. Da mucho miedo al infame, Cayetana, e incluso me parece a mí que se lo da a los suyos propios, porque de estas entran pocas en un kilo. Cuando, como se vio en el debate de TV3 este miércoles pasado, Cayetana le decía sin alzar la voz y en un tono de una glacial educación al moderador Vicent Sanchis, a la sazón director de TV3, que estaba imputado por el 1-O, media Cataluña se levantó de su sillón y gritó un bravo que ni a Jose Tomás en la Maestranza después de una tanda de naturales. Claro que Arrimadas también se fajó lo suyo, especialmente cuando sacó la carta de dimisión del tal Sanchís, pero hablo de otra cosa.
Cayetana tiene a su vera a Alejandro Fernández, el líder del PP catalán, que tampoco le va a la zaga en ironía
Entiéndanme, Álvarez de Toledo es una política de raza, una intelectual con una vasta cultura, una mujer con más valor que la mayoría de hombres metidos en política. Es irónica y tiene un enorme sentido del humor, de ahí que igual decida vestirse con un jersey amarillo, porque no le da la gana de que este color sea patrimoni de los separatistas, que le lance puyas a Rufián, a Borrás o a la primera pseudo feminista de sueldo público suculento y consigna anti sujetadores por ser el símbolo de la opresión heteropatriarcal.
Cayetana tiene a su vera a Alejandro Fernández, el líder del PP catalán, que tampoco le va a la zaga en ironía. Lástima que este partido haya reaccionado tan tarde, quizá tan irremediablemente tarde, en lo que respecta a esta tierra. Tuvimos a un candidato intelectualmente brillante, gran orador y con un humor finísimo, rayano en aquella metafísica de la insolencia que tan bien defendiera Boni de Castellane. Hablo de Aleix Vidal Quadras, sacrificado en el altar nacionalista por exigencias de Pujol a Aznar. Siguiendo con el ejemplo del francés, que le espetó a un falso conde “Cuando usted muera, querido, le enviaré una corona. Y esa será la auténtica”, a Cayetana se la apostrofa despectivamente como “la marquesa”, que lo es, como si eso fuese un argumento de por sí descalificatorio. Pero príncipe era Kropotkin y un buen burgués Karl Marx o, si a eso vamos y bajando mucho el listón, propietario de una señorial mansión es Pablo Iglesias. La aristocracia auténticamente precisa en este decisivo momento histórico es la de la inteligencia y qué duda cabe que Cayetana pertenece a ella.
Y para aquellos que puedan creer que escribo un ditirambo, sepan que discrepo de muchas cosas con Cayetana. No creo, por ejemplo, que pueda equipararse a un violador o a un corrupto con los presos por el intento de golpe de Estado a la hora de hacer ruedas de prensa o presentarse como candidatos. Pero sí creo saber reconocer a una persona especialmente dotada para la política después de dedicarme a observar con curiosidad entomológica a tantos y tantas –y tontos y tontas- padres y madres de la patria durante años.
Que Cayetana podría ser la Thatcher española es evidente. Que posee condiciones para alcanzar las máximas cotas de responsabilidad, también. Que, sin ella, esta campaña en Cataluña habría sido una cosa completamente distinta, no lo duden. Y que, a fuer de honrado, si en el principio solo había el verbo y Ciudadanos, ahora que suena la trompeta del apocalipsis separatista, uno de los jinetes que van a fustigarlo se llama Álvarez de Toledo. Y que Dios reparta suerte este domingo. Falta nos va a hacer a todos.