José Antonio Zarzalejos-El Confidencial

  • Cayetana desafía a su partido; el alcalde de Cádiz alienta “meter fuego” en las manifestaciones de protesta de los trabajadores del metal, y Aragonès ningunea a Illa y se alía con Colau, la socia preferente de Yolanda Díaz. Un desquicie

Los votos electorales no son ni perpetuos ni sacramentales. Pero generan consecuencias: hay que asumir la responsabilidad de haberlos emitido durante todo el tiempo de duración del mandato del cargo público elegido. La democracia es el mejor de los sistemas de gobierno, pero no es perfecto. Remedando a Mario Vargas Llosa, hay que “votar bien” y, apostillándole, hay que reivindicar que, además, se haga en plena libertad. Emitir el voto correcto es una cuestión ideológica, pero no solo. Hay que valorar a la persona que se elige con los instrumentos que el ciudadano tiene para hacerlo, a veces insuficientes, pero, frecuentemente, razonables para saber quién es quién en la política, sea nacional, autonómica o local. 

El introito sirve para encuadrar el escándalo —un tanto sobreactuado— en el Partido Popular por el libro de Cayetana Álvarez de Toledo (‘Políticamente indeseable‘, Ediciones B, 2021), que no pasa de ser un ensayo repleto de dogmatismos puristas y una aguda crónica de cotilleo, un ajuste de cuentas con personalidades de la organización popular cuyo presidente encumbró, primero, y fulminó, después, a la autora del texto. Pero la aristócrata —mujer que se ha pasado habitualmente de lista, aunque sea inteligente y con buena formación académica, además de desenvuelta dialécticamente— fue llamada para encabezar la lista del PP por Barcelona en las generales de noviembre de 2019, obteniendo el partido un magro 7,76% del voto emitido en Cataluña (225.645 papeletas) y solo tres escaños.

Cayetana Álvarez de Toledo perforó el suelo de los conservadores en esa comunidad con un resultado que rozó el ridículo. No tenía demasiado sentido que fuese portavoz del grupo parlamentario popular, pero Pablo Casado la invistió como tal y en agosto de 2020 le retiró el encargo. Así que la parlamentaria es hija directa de los votos populares y de decisiones erróneas de los que la ensalzaron hasta donde no debían, como acreditaron luego los hechos. Las reclamaciones, al maestro armero. Álvarez de Toledo es un artefacto político que en forma de bumerán se vuelve contra el PP, aunque no tenga ningún sentido que siga en la organización. A disfrutar de lo votado en Cataluña por los conservadores y de las decisiones orgánicas en el PP. ¿Quién es más responsable de ese libro? ¿La autora o los que le dieron el guion para elaborarlo? 

Igual ocurre con José María González, ‘Kichi’, alcalde de Cádiz. Fue elegido por 26.498 gaditanos en las elecciones municipales de 2019 y designado alcalde de la ciudad con 13 de los 27 concejales que forman el consistorio y la abstención de los cinco ediles del PSOE. Los socialistas, populares y naranjas podían haber fraguado una coalición (14 concejales) para evitar lo que ya se sospechaba iba a ser un segundo mandato fallido de González. Lo está siendo: Kichi simultanea el sillón municipal con la pancarta y el megáfono en las manifestaciones de los trabajadores del metal en Cádiz. Más aún: se hace eco de lo razonable que resulta “meter fuego” (a los coches, a los contenedores) para que en Madrid se enteren de lo que allí ocurre. ¡Mucho cuidado con lo que está ocurriendo allí!

No hay noticia de que el ministerio fiscal haya abierto diligencias para investigar si esas arengas digitales y directas constituyen o no delito, ni tampoco de que los demás partidos se hayan unido para plantear una moción de confianza y echar a un alcalde que participa en manifestaciones virulentas y enfrentadas a la policía. A Kichi le han elegido los ciudadanos; el PSOE-A favoreció con su abstención su segundo mandato en la alcaldía en Cádiz, y ahora echa pestes del Gobierno. Y la Fiscalía se llama a andanas sobre sus arengas. Pues nada, a disfrutar de lo votado, de lo consentido, y las reclamaciones al maestro armero.

Por fin, el ínclito Aragonès. Su partido, ERC, fue el segundo en las elecciones catalanas el 14 de febrero pasado con 33 escaños y más de 600.000 votos, si bien con una participación del 53,5%, la más baja en el registro histórico de unas autonómicas en Cataluña. Formó Gobierno con los independentistas-populistas de JxCAT y con los parlamentarios de la CUP, que es una agrupación asamblearia, anarcoide y que ha dado al presidente de la Generalitat con la puerta de los presupuestos en las narices.

Aragonès va a sacar las cuentas públicas para 2022 sin su socio independentista, la CUP. Esa organización está obsesionada por el empobrecimiento, por el decrecimiento económico, por la retirada de inversiones productivas, por el nihilismo. El recambio han sido los comunes, a los que ERC aprobará los presupuestos del Ayuntamiento de Barcelona. Aragonès, aunque su partido invistió a Sánchez, firmó con él el pacto para la mesa de diálogo, a pesar de que el grupo parlamentario socialista y el Gobierno se avienen a todo lo que pide y desea ERC —hasta lo más insensato—, pasa olímpicamente del PSC, sigue con la “mano tendida” a la CUP y prefiere acordar la pieza legislativa esencial de la legislatura catalana con Colau. A Salvador Illa, ni agua. Así hace bingo político la rival de Sánchez, Yolanda Díaz, que ya ha puesto Cataluña “en el centro” de su innominado “proyecto de país” y la alcaldesa ‘común’ como socia preferente.

Los ‘amigos’ de Sánchez, o le ningunean como el presidente de la Generalitat o le expolian como Bildu que, siguiendo a Rufián en las contrapartidas audiovisuales, mete la TV autonómica vasca en todo el territorio navarro a cambio de sus cinco votos a los presupuestos del Estado. De nuevo: a disfrutar de lo votado, de los acuerdos mal gestionados y obtenidos, y a soportar la humillación a cambio de seguir en el poder. Y a contemplar también cómo avanzan a galope tendido las políticas de identidad y se trajina con el patrimonio intangible de los ciudadanos.

 Las invectivas de Cayetana, las ‘borrokadas’ de Kichi y el filibusterismo de Aragonès no son de su entera responsabilidad, sino que la comparten con los aprendices de brujos que los crearon como monstruitos políticos que tanta guerra dan y tanto daño —efectivo o potencial— causan a los que los apadrinaron. Los tres son tres síntomas del desquiciamiento político en que está sumido este innombrable país.