ISIDORO TAPIA-El Confidencial
- En política, no solo hay que tener razón sino también parecerlo. Encontrar el ritmo justo de las críticas. Y en esto Cayetana ha demostrado una cierta arritmia política, como también le sucediese a Rivera
Y efectivamente así ocurre el 99% de las veces. De vez en cuando aparecen excepciones. Cayetana Álvarez de Toledo era una de ellas: con un talento muy por encima de la norma, y una carrera política lateral, lejos del cachorrismo propio de las juventudes de los partidos, que encarnan por ejemplo los líderes de los dos principales partidos.
También es un viejo deporte español despachar con displicencia las excepciones a estos vicios históricos. Cayetana, se dijo casi desde el principio, puede derrochar talento, pero enerva más a los rivales que a la parroquia local. Aún más grave, se añadía, es que tiene una voz ingobernable, que antes o después pondrá en aprietos la autoridad de Pablo Casado. Y en cierto modo así ha sido. Cayetana (como ya le sucediese a Albert Rivera) despertaba una pasión casi salvaje en sus rivales políticos, siempre prestos a buscar el cuerpo a cuerpo, el choque cultural, que es el hábitat natural de la izquierda desde hace años.
No es la única semejanza entre Álvarez de Toledo y Rivera. Ambos representan los cuerpos más extraños que han pasado por el hábitat político español en los últimos años. Ambos han sido víctimas, sobre todo, de errores propios, pero más de forma que de fondo. Basta leer la entrevista que Cayetana concedió hace unos días al diario ‘El País’, motivo inmediato de su cese como portavoz, para comprobar su incapacidad para repetir consignas, una cualidad indispensable en cualquier portavoz político.
Tal vez Cayetana, como en su momento Rivera, gritaba demasiado alto. Pero es que en casi todas las notas discordantes, si me permiten expresarlo así, ambos tenían razón. Rescatemos por ejemplo estas tres respuestas de la entrevista: la primera, en relación con el Rey emérito: “El rey Juan Carlos no debió marcharse. Debió someterse al escrutinio de la propia Casa Real y, por supuesto, dar una explicación a los españoles. Su salida de España es un error y ha perjudicado al rey Felipe VI”.
La segunda, sobre la colaboración con el Gobierno: “Un Gobierno de concentración constitucionalista habría evitado la grave crisis política que vivimos y permitido encarar las profundas reformas que España necesita”.
O esta tercera reflexión: “La historia democrática de España es la victoria del reformismo sobre la ruptura. Las fuerzas reformistas, de izquierdas y derechas, hicieron la Transición e impulsaron la modernización. Hasta el Partido Comunista de Carrillo abrazó la reforma. En la ruptura se quedaron los más radicales: terroristas y antisistema”. ¿Alguien se atreve seriamente a discutir estas tres reflexiones?
El problema es que en política no solo hay que tener razón, sino también parecerlo. Encontrar el tempo, el ritmo justo de las críticas, o la ventana de oportunidad para lanzar las propuestas. Y en esto Cayetana ha demostrado una cierta arritmia política, como también le sucediese a Rivera.
Con su salida de la primera línea política, perdemos casi todos. Aunque quizá la pregunta pertinente es si puede salir ganando Pablo Casado. Y es en este punto donde me surgen más dudas.
Déjenme empezar diciendo que, igual que el fútbol es un deporte donde juegan 11 contra 11 y siempre ganan los alemanes, en la política casi siempre ganan los ‘arriolistas’. Los que despliegan sus fichas por el tablero y se cruzan de brazos a esperar. La política, he escrito alguna vez, se parece más al juego del ‘Wei qi’ que al ajedrez. Es más circular que vertical, más de rodeos que de golpes directos. La política es ‘turnista’ por excelencia. Y Casado parece haber apostado todas sus cartas a que efectivamente, antes o después, llegará su turno. Que la crisis económica va a devorar al actual Gobierno y que, aunque la legislatura se alargue hasta 2023, el desgaste será tan fuerte que estará en condiciones de ganar las próximas elecciones.
En la política, casi siempre ganan los ‘arriolistas’. Los que despliegan sus fichas por el tablero y se cruzan de brazos a esperar
Seguramente, insisto, así suceda. Pero déjenme plantear algunas dudas. La primera es que el Partido Popular sigue teniendo un punto ciego en Cataluña. El pasado fin de semana, Arcadi Espada daba cuenta de una presunta conversación entre Jorge Moragas y Josep Rius, jefes de gabinete de Rajoy y Puigdemont, respectivamente, pocos días después del pseudo referéndum del 1-O. En su imaginario colectivo, el PP sigue pensando que fue una frase azarosa en una prolija sentencia judicial la que lo sacó de malas maneras del Gobierno, pero lo cierto es que sus perspectivas electorales se habían derrumbado mucho antes, a cuenta de su gestión titubeante del desafío soberanista en Cataluña. Cataluña puede aparecer de nuevo en cualquier esquina en los próximos meses o años, y Cayetana representaba un dique a este respecto.
La segunda duda, señalada por Álvarez de Toledo en su despedida, es si el PP debería replegar las velas en la batalla cultural. Uno puede pensar, como parece haber concluido Casado, que la crisis económica arramblará con todo, pero también que los conflictos culturales no desaparecerán mientras el Gobierno tenga a Podemos en la sala de máquinas, y la presencia siempre ruidosa de Vox en el patio trasero. Renunciar a dar la batalla precisamente en el escenario principal, es una estrategia dudosa, en el mejor de los casos.
Y finalmente, está la pregunta más sangrante, la que puede levantar más ampollas. Porque si al fin y al cabo se trataba de dar la talla demostrando capacidad de gestión y buen talante, ¿se imaginan cuáles serían las perspectivas electorales del PP si hoy su presidenta fuese Soraya Sáenz de Santamaría?