Juan Carlos Viloria-El Correo

  • La palabra escrita puede ser tan violenta y mortal como las balas

En 2021, el titular del Juzgado nº 17 del Tribunal de París emitió un auto prohibiendo la venta y difusión de la novela ‘Fatum’ de Pascal Herlem que se basaba en la historia real de una relación incestuosa entre dos hermanos. Según la sentencia, en ella, se relatan los hechos de tocamientos sexuales de los que fue víctima Didier Herlem por parte de su hermana mayor, Françoise Herlem, durante su infancia, con un resultado traumático en su vida de niño. Incluye también las demás agresiones sexuales, agresiones y/o violaciones de las que fue víctima posteriormente entre su infancia y su adolescencia. La sentencia establece que existe una probable invasión a la privacidad de los solicitantes, a título personal, en la medida que cada uno de ellos queda plasmado en su historia y en sus interacciones más o menos conflictivas o dolorosas con otros miembros de la familia.

Pascal Herlem, el autor, es psicoanalista y argumentó el carácter médico científico de su obra, pero el tribunal tampoco aceptó la dimensión psicoanalítica de la novela y prohibió su distribución, comercialización y promoción, señalando que era «probable que existan estrechos vínculos entre los personajes de la obra Fatum y la realidad de la vida de los demandantes». Probable, dijo. Esta censura previa de una novela se produjo hace solo cuatro años en el país donde más se vanaglorian de llevar la libertad de expresión al límite de lo aceptable.

La novela ‘El Odio’ de Luisgé Martín, a partir de cartas y una entrevista con el asesino de sus hijos, José Bretón, está en plena controversia judicial y social por la petición de la madre de censurar el libro para proteger la intimidad de Ruth y José. Una parte de la opinion tiene por sacrosanto el derecho a la libertad de expresión, pensando, seguramente, en los años en los que la dictadura redujo ese derecho a la mínima expresión, tanto en lo moral como en lo político. Esa corriente de opinión, mayoritaria, está dispuesta a sacrificar lo que sea en el altar de que, prácticamente se puede escribir, publicar, difundir todo lo que se desee para proteger el derecho de creación.

Por el camino han olvidado que la palabra y la escritura pueden tan violentas y mortales como las balas. Que el libro donde el parricida se expresa opera como una redención virtual de alguien que está condenado a prisión permanente revisable, precisamente, porque no se le considera reinsertable. Y que vuelve a victimizar a la memoria de los hijos y el derecho a la intimidad de la madre. Parece bastante claro que el juez que en primera instancia levantó la prohibición de difundir el libro, lo hizo, sin previa lectura del mismo y con una ligereza impropia de la gravedad del caso. Quizás el recurso de la Fiscalía de menores encuentre en la segunda instancia mayor rigor.