ABC 02/02/17
DAVID GISTAU
· Los acontecimientos secesionistas obligarán al Gobierno a activar los «resortes del Estado»
La sesión comenzó con el escaño de Errejón vacío. Fue solo un pequeño retraso, pero estamos algo aprensivos con Errejón y durante un instante temimos que pudiera haberle ocurrido algo. Incluso cuando entró en el Hemiciclo, no nos quedamos tranquilos hasta comprobar que no llevaba un piolet clavado en alguna parte de su huesuda, escurrida, casi pendiente aún de desarrollo y de afloramiento capilar, anatomía. Resulta paradójico que el partido que se definió como una fábrica de amor, cursi hasta el coma diabético, haya terminado convertido en un patio carcelario donde a los cepillos de dientes les afilaron puntas. Reyerta de gangs en la cancha de futbito. Sobre la riña del martes en el escaño, los diputados circundantes se debatían entre dos interpretaciones distintas. Para unos, era todo «teatro». Otros les leyeron los labios cuando se reprocharon tuits el uno al otro y aseguran que se dijeron «hijo de puta». Aprendan Errejón e Iglesias de los futbolistas y, en lo sucesivo, abrónquense con una mano en la boca. En el regreso de las sesiones de control, Iglesias despertó mucho más interés por sus pleitos de bandería que por su intervención parlamentaria, una espesa disquisición sobre tarifas eléctricas que ni siquiera animó con alguna apelación demagógica a los «pobres energéticos». Eso es entrar en el tedioso, burocrático mundo de Rajoy, que te recubre con una tela de araña tecnocrática y, para cuando te quieres dar cuenta, moriste sin remedio. Ya antes, Rajoy había acusado al Hernando/PSOE de verbalizar una profunda empatía con las víctimas del Yak después de cinco años de no hacer una sola mención parlamentaria a esa catástrofe. La oposición del PSOE sigue siendo periférica y relativa, como corresponde a un partido que en realidad está deglutido por la unicidad constitucionalista. Además, el regreso de Pedro Sánchez, al que hay que matar más veces que a los malos de las películas de Jackie Chan, le tiene abierta de nuevo una profunda inquietud interna en la que se consumirán sus energías hasta que se refunde en el congreso. El PSOE vive ahora intensamente dentro de su propio organismo. Al Parlamento va a hacer paripés. Entre eso y la guerra podemita, la única oposición que le queda a Rajoy, Aznar aparte, es el intento que hace Rivera por volver a desmarcarse de «la casta» con su denuncia de los 41.000 millones extraviados en los rescates de las Cajas controladas y mal gestionadas por los partidos de poder. Aun así, permanece la impresión de que Rajoy contempla, acodado en la bancada azul, apacible, la autodestrucción de sus adversarios.
Queda la cosa catalana, por supuesto. Visualizada ayer en la salida en tromba de Tardá contra Sáenz de Santamaría, que, aparte de las apelaciones ya reglamentarias a la ley y la Constitución, hizo mofa con las confesiones delictivas del juez Vidal acerca de la arquitectura distópica del independentismo. Tardá lanzó una advertencia de unilateralidad que forma parte de la inminencia de acontecimientos que esta primavera obligarán al Gobierno a bajar de esa rama en la que vive enroscado como un perezoso y ponerse a pulsar botones para activar los famosos «resortes del Estado».