Editorial-El Correo
- El ‘caso Cerdán’ destapa prácticas de riesgo entre políticos y ‘fontaneros’ con turbios intereses que es preciso atajar para regerenar la democracia
El ‘caso Cerdán’ que hoy volverá a sacudir al PSOE en su Comité Federal ha destapado las zonas de sombra en las que se desenvuelve la política en demasiadas ocasiones y en ámbitos que aún cuesta imaginar por el calado del lodazal. Sin la exigencia de luz y taquígrafos, las prácticas de riesgo destapadas en la trama corrupta que investiga la UCO describen una turbia confluencia de intereses entre empresarios, ‘fontaneros’ y políticos, algunos de ellos al frente de importantes responsabilidades como el propio exsecretario de Organización de los socialistas, hoy encarcelado, o el exministro de Transportes José Luis Ábalos. Las investigaciones, declaraciones y grabaciones entre los implicados en el cobro de mordidas a cambio de contratos públicos revelan un mundo soterrado de amaños y abusos de poder que escapaba a los controles del Estado de Derecho, mientras sus protagonistas cruzaban las líneas rojas de la moralidad.
El clientelismo y la corrupción del caso que salpica a Santos Cerdán, Koldo García y Ábalos, siendo el núcleo de la instrucción judicial por su gravedad, no son las únicas lacras que urge atajar para preservar el buen ejercicio de la política. En paralelo a la trama, la actividad de los ‘conseguidores’ Víctor de Aldama o Antxon Alonso Egurrola, avalada por el exministro y el exnúmero tres del PSOE, respectivamente, demuestra una capacidad de influencia insólita. Hasta el punto de ser determinantes en asuntos tan dispares como el ‘Delcygate’, el cambio político en Navarra o la adjudicación de obras públicas, como ayer reconoció uno de los constructores sospechosos del pago de comisiones ilegales, en una confesión reveladora: «Quería hablar con Cerdán porque quería saber por qué pasé a ser el último en las adjudicaciones».
La regeneración democrática no sólo pasa por renovar y endurecer los cortafuegos contra las prácticas corruptas. Los códigos éticos parecen hasta ahora insuficientes para erradicar el intrusismo en política con fines oscuros. Para evitar que se cuelen perfiles con espurios intereses. Los partidos están obligados a extremar los controles en la designación de sus cargos y a mejorar la debida vigilancia sobre las resoluciones cruciales que afecten a lo público. También a renunciar a servirse de ‘fontaneros’ y ‘conseguidores’ en busca de atajos de dudosa legalidad. La decisión de haber dejado en manos de ‘cerdanes’ y ‘antxones’ la arquitectura de importantes obras institucionales y políticas del país está condenada al derribo.