JON JUARISTI – ABC – 26/07/15
· Antaño, el cine de animación humanizaba a los animales. Hoy se ha vuelto del revés.
El pasado 17 de julio, los Reyes llevaron a las princesas Leonor y Sofía al estreno en España de Insideout, la última producción de la factoría Pixar (provincia, como Marvel, del imperio Disney), dirigida por Pete Docter y titulada Delrevés en español. Las infantas, que vieron la versión en inglés, se enteraron probablemente de algo más que los espectadores de la traducida (para empezar, la expresión «del revés» no corresponde ni lejanamente al título original). Pero la película es absurda, sin remedio. En síntesis, se trata de un intento fallido de explicar al público infantil y al infantilizado cómo funciona la mente. Es decir, cómo funciona el cerebro (que no es lo mismo que la mente salvo en su versión cognitivista). Como el funcionamiento del cerebro es muy complicado y no cabe en una película de animación de hora y media, los guionistas se limitan a tratar del aspecto emocional, seleccionando cinco emociones básicas: Alegría, Tristeza, Miedo, Asco e Ira.
Según la visión tradicional, de raíz clásica, el alma humana poseía tres potencias, Memoria, Entendimiento y Voluntad. Las emociones pertenecían, como los instintos, a la naturaleza animal del hombre, no a su alma ni a su mente. La oposición alma/naturaleza fue absoluta en el mundo antiguo y medieval, pagano o cristiano. Hasta Descartes no se planteó la posibilidad de que existiera un elemento material de mediación entre ambas, que dicho filósofo creyó encontrar en la glándula pineal. Alma, mente y espíritu ( psique, nousypneuma) no eran lo mismo en la antropología antigua, pero se oponían como una unidad a lo natural, al soma o cuerpo humano, semejante al de los animales. Para la antigüedad no existían trastornos psicosomáticos.
A estas alturas, negar a lo psíquico un sustrato natural, biológico, resultaría estúpido. Sin embargo, la reducción de la mente a biología constituye una pretensión tan falta de fundamento como el espiritualismo de antaño. Los cognitivistas sostienen que el lenguaje humano es biología, no cultura. En otras palabras, pertenecería a lo que Platón asignaba a «lo que es por naturaleza y no por convención». Sin embargo, esa tesis no deja de ser una convención entre los propios cognitivistas ( tesis significa precisamente «convención»), pues no ha conseguido ser probada sino a través de modelos simulados en el ordenador. A través de máquinas.
Y eso es lo que falla en Insideout. El cerebro no aparece, salvo como una insensata alegoría maquinista. En este sentido, la película supone un salto atrás, hasta el hombre-máquina de La Mettrie por lo menos (hay máquinas y trabajo en cadena taylorista en los cortos de Disney de los años veinte y treinta, pero sin pedagogía inicua). Incluso la máquina falla como alegoría, porque resulta una metáfora de segundo grado: una metáfora de un ordenador que es, a su vez, una metáfora del cerebro. Las emociones se representan mediante homúnculos lamentables. La tradición clásica conoció personificaciones de la tristeza (la madre inmortal de piedra fría de Cernuda o el ángel melancólico de Durero), del miedo (Fobos, hijo de Ares y Afrodita) o de la ira (uno de los siete pecados capitales que desemboca en el enano Gruñón de la Blancanieves de Disney). La tristeza de Insideout es un Naranjito pintado de azul, y la ira, una especie de cruce de Bob Esponja con el bebé inflamable de Theincredibles. Desastrosos.
Para colmo, las mismas cinco emociones explican el funcionamiento del cerebro humano y el de los cerebros de perros y gatos. Que es lo que se trataba de demostrar, me temo. En fin, me quedo con Bambi, donde hasta las mofetas parecían tener alma, como los bichos de Esopo y La Fontaine.
JON JUARISTI – ABC – 26/07/15