Jon Juaristi-ABC
- Resulta exageradamente optimista ver en la parada olímpica de las drag queens una parodia de la Última Cena
En su etimología, ‘ceremonia’ vale por ‘rito religioso’. Hablar de ‘ceremonia olímpica’ o de ‘ceremonia de apertura de las olimpiadas’ supone incurrir en un pleonasmo, toda vez que las olimpiadas eran, como su nombre indica, un rito celebrado en honor de los dioses del Olimpo. La inolvidable horterada que precedió a la inauguración de la XXXIII Olimpiada de los tiempos modernos, el pasado 26 de julio, se cargó inopinadamente de sentido religioso al ser percibida e interpretada por algunos espíritus hipersensibles como una parodia sacrílega de la Última Cena.
No creo que fuera esa la intención de sus perpetradores, que han alegado en su defensa haberse inspirado en un cuadro del holandés Jan van Bijlert (1597-1671), pintor de dioses de alcoba. El alegato suena a recurso desesperado a la Inteligencia Artificial, pero ello no quita que, en efecto, no pensaran para nada en la Última Cena.
El siglo de la gran desacralización del cristianismo fue el XX, en el que se lucieron ingenios españoles. Recuérdese ‘Viridiana’ (1961), de Buñuel, con su famosísima parodia de la Última Cena, aunque, como parodia sacrílega, nada supera al ‘Guernica’ (1937) de Picasso, resultado de lanzar una bomba en el Portal de Belén, matando al Niño apenas nacido con una eficacia que para sí habría querido Herodes. El sacrilegio se consumó al sustituir por reproducciones del ‘Guernica’ las imágenes de la Última Cena que presidían los comedores familiares de la burguesía católica. Picasso y Buñuel, medalla de oro en dobles: gracias a ellos, y a otros, el siglo XXI ha sido, desde su origen, un siglo poscristiano.
Sin tirar de IA, se me ocurren otros modelos para la horterada parisina mucho más convincentes que el cuadro de Bijlert. Por ejemplo, el ‘Satiricón’ de Fellini (1969), película que glosaba la Cena de Trimalción, de Petronio. O, poniéndome aún más pedante, los cuadros sobre festines grotescos del flamenco Frans Verbeeck (1531-1570), secuelas de las bodas campesinas del taller de los Brueghel (viví de niño frente al Museo de Bellas Artes de Bilbao, donde puede verse el mejor de aquellos). Pero sería conceder demasiado a los autores del bodrio olímpico, a los que ni les sonará Fellini.
Lo que se montó el pasado 26 de julio en París fue una ceremonia ‘queer’, o sea, un rito religioso de la religión de nuestro tiempo, que prescribe que el Homo Deus pueda crear a su antojo una nueva Naturaleza y una nueva Historia, cambiando de sexo o de pasado si los recibidos de sus progenitores no le molan. Es la única religión disponible, hoy por hoy, en Europa (está también el islam, claro: todavía nos da un poco de yuyu, pero todo se andará). En fin. El poeta navarro Ramón Irigoyen escribió en su día un verso soberbio, doblado de aforismo: «Entre Sodoma y Pamplona existe un término medio: París». Ya no.