Gabriel Albiac-El Debate
  • Moncloa, cada vez más, ha dado en ajustarse al fúnebre modelo de la caravana que se enrosca sobre sí misma para afrontar desolación

El aficionado al cine sabe lo que vendrá luego. El western ha sido, al cabo, para el cinéfilo, un manifiesto moral antes que una estética. Todo en la vida de esos que nacieron con la mitad del siglo veinte se ha articulado en quemados fotogramas de películas que extasiaron a niños, para los que el nombre John Ford no significaba todavía nada.

«¡Cerrad el círculo de las carretas!», ordena a grandes voces el jefe de la caravana. Lo que va a venir se cifra en dos alternativas. En ambas prima la aniquilación. Con la mayor probabilidad, los asaltantes indígenas masacrarán a esos que se atrincheran tras el endeble muro de sus carros, de sus caballos muertos, de los sacos de viandas, de los cadáveres de amigos y familiares. Si tienen una fortuna infinita, la providencial carga de la caballería vendrá a salvar a los que aún no hayan perecido. El vórtice de la polvorienta llanura irá cediendo en su neblina hasta dejar ver sólo un denso sembrado de cadáveres. «¡Cerrad el círculo de las carretas!» es el mantra de la última galopada hacia la muerte.

Moncloa, cada vez más, ha dado en ajustarse al fúnebre modelo de la caravana que se enrosca sobre sí misma para afrontar desolación. Propia como ajena. Que se enroca en la verosímil certeza de no tener ya nada que perder. Una vez perdido todo, el matrimonio Sánchez ha apostado por el espectáculo de un sacrificio colectivo. Si la carreta familiar de los Sánchez ha de perecer judicialmente, que perezcan con ella las carretas familiares de todos: las que acampan en Ferraz, las primeras.

A Sánchez no puede ya quedarle la menor esperanza judicial. Salvo vertiginoso golpe –poco verosímil, espero– que lograra deslomar a tiempo el poder judicial en España, su destino está echado. Los dados ruedan en el aire.

–Tiene ya bajo proceso a un hermano que, en su caída, amenaza arrastrar a piezas muy altas del aparato presidencial de la Moncloa.

–Su esposa está en la vía de transitar de la imputación al procesamiento. Con escasísimas probabilidades de defensa eficiente, si uno considera la alucinada carrera de una no-licenciada ascendida a catedrática extraordinaria sin etapas intermedias: decir «desviación de poder», como lo ha hecho con toda elegancia la Audiencia de Madrid, es el modo menos sangriento de decir cosas que en el lenguaje común sonarían bastante obscenas.

–Tiene a un paso de convertirse en Luis Roldán a aquel que fuera su killer íntimo para liquidar adversarios en partido y parlamento cuando corrían horas menos ingratas. Pero Ábalos no parece dispuesto a que su cadáver sirva de parapeto a la presidencial pareja. No quiere, desde luego, acabar como el desdichado director general de la guardia civil bajo Felipe González. Tampoco como Barrionuevo. La filtración explícita de los documentos que hacen rehén al presidente de su corrupta mano derecha es síntoma auroral de una cantata anunciada. La desazón cunde en Palacio.

–Tiene –y, de esto sí, no hay precedente en la por lo demás tan opaca democracia española– a un fiscal general en contumaz ejercicio, bajo investigación judicial que él intenta burlar dinamitando la legitimidad misma de la fiscalía. No es imaginable una cosa así en ningún país de la UE. En ningún país que no sea una tiranía tribal. ¿Hasta cuándo podrá seguir supervisando el señor García Ortiz el procedimiento judicial que sobre él mismo se cierne? ¿Hasta dónde va a tolerar la Unión Europea esta farsa que hunde el más elemental fundamento de una juridicidad garantista?

«¡Cerrad el círculo de las carretas!» La orden ha sido dada. ¿Frente a quién? ¿Contra quién? No frente a una oposición política que ha demostrado hasta el tedio su talante inane: con la notable excepción de la presidencia madrileña Isabel Díaz Ayuso. El parlamente puede haber sido, en estos meses, un incómodo cosquilleo en el cogote de Sánchez. Nada más. Si por ese parlamento fuera, el destino de la carreta presidencial sería luminoso.

No, no es la política la que se cierne sobre la caravana socialista, que se apresta a dar ahora su decisiva batalla. El enemigo es la ley. Y los tasados funcionarios que tontamente se empeñan en aplicarla. No hay más adversario eficiente hoy de la corrupción política en España que la magistratura. Son los jueces los que amenazan con la cárcel al círculo más íntimo de la Moncloa. Y a la oscura camarilla que, desde Ferraz, destruyó ya por completo al viejo PSOE para trocarlo en funcional Partido de Sánchez. Se cierra el círculo de las carretas. El gobierno lanza su última caballería contra los jueces. Chocan dos contendientes. Sólo uno saldrá vivo.