Nicolás Redondo, EL ECONOMISTA, 25/11/11
Los resultados electorales del 20-N han provocado tranquilidad, por un lado, pero también grandes dosis de incertidumbre. Efectivamente, la mayoría absoluta del PP nos permite tener la esperanza en que el futuro presidente, Mariano Rajoy, tomará las medidas necesarias para enfrentar la crisis económica y su consecuencia rechazable y más dramática: el paro, a ser posible en un marco de acuerdos políticos y sociales.
No sabemos si el margen de actuación que tiene el Gobierno de una nación en el mundo de la economía y las finanzas, que parece haber adquirido vida propia, será suficiente para lograr el éxito; pero desde luego es necesario que quien pudiera hacerlo no tenga condicionamientos ni limitaciones parlamentarias, y los españoles así lo entendieron el domingo pasado. No tienen los ganadores de las elecciones generales ninguna justificación para no llevar adelante la inmensa tarea que supone el enfrentarnos a la crisis económica y hacerlo de tal forma que el sacrificio sea de todos y no de unos pocos o sólo de unos grupos sociales determinados. Es la hora de requerir a todos, y no sólo a los políticos, un esfuerzo colectivo, mayor al que tiene más o está en mejores condiciones, para encarar la difícil situación que vivimos. Si en este país no resultara excesivo y demasiado grandilocuente, podríamos de- cir que es la hora de un esfuerzo patriótico, sin alharacas ni tonos enfáticos, pero con la confianza de que la mayoría, el resto, estará a la altura del reto.
España, nuestra nación, se ha caracterizado por perder frecuentemente los trenes de la modernidad y del progreso. Los perdimos con tenaz insistencia durante todo el siglo XIX, presos de nuestra endogamia y de profundas quiebras políticas, geográficas y sociales, igualmente los desaprovechamos en el primer tercio del siglo XX, llevando al paroxismo nuestra fractura civil y al ensimismamiento estéril y en ocasiones sangriento; sería dramático volver a dejarlos pasar después de un tercio de siglo de progreso, de cohesión económica y social, a pesar de algunos particularismos retardatarios. Estamos en condiciones de seguir adelante sin repetir la parte más negativa de nuestro pasado, y lo mejor es que depende exclusivamente de nosotros, de nuestra conciencia colectiva y de nuestra responsabilidad individual.
Decía en la introducción del artículo que el resultado electoral también nos ha legado, no suelen ser todo alegrías en la casa del pobre, algunas incertidumbres de calado considerable. Por un lado, tenemos al centenario Partido Socialista sorprendido y anonadado por un resultado extraordinariamente adverso, y corre el peligro cierto de equivocarse a la hora de definir las causas de la derrota; se confundirían si pensaran que el problema se reduce a las personas, olvidando que son tanto o más importantes las ideas, los proyectos, los programas o los discursos, y claramente los exhibidos durante la campaña electoral han sido rechazados con contundencia por los ciudadanos españoles, tal vez debido a que representaban un socialismo del siglo XX y no del XXI, y a que defendían el Estado del Bienestar cuando hoy la exigencia es la defensa de la Sociedad de Bienestar, en la que es compatible el éxito personal, el mérito individual con la vocación solidaria y el progresismo. Derrotado el proyecto, tal vez por no defender una idea republicana, civil, laica de la nación española y dedicar las energías a defender particularismos que sumados son siempre menos que la nación.
Por último, el resultado electoral en el País Vasco nos abre interrogantes de gran preocupación. El éxito de la marca política protegida por ETA puede provocar una radicalización del nacionalismo institucional, que siempre ha mirado con un cierto complejo de inferioridad a las expresiones más radicales de su ámbito ideológico, tendencia que deberíamos intentar neutralizar los partidos nacionales, y muy especialmente el partido que tiene la responsabilidad de Gobierno después del 20-N. También puede crear en el Partido Socialista el espejismo de creer que el mapa político vasco se puede dividir convencionalmente hoy entre la izquierda y la derecha; lo que sería una gran equivocación en cualquier caso, pero más sin haber desaparecido la banda terrorista ETA. El Gobierno español no debe perder ni un minuto en asegurar el cumplimiento de las reglas del juego con el interés claro de colaborar -y lo dice quien en su día rompió amarras con el PNV de Arzallus- con el nacionalismo institucional si fuera posible, tanto en la pacificación del País Vasco como en cuestiones económicas, así como en establecer una relación con el Gobierno vasco que corresponda a la situación tan delicada del país.
Éstas son las certezas y las incógnitas que se le plantean a Rajoy, y como ciudadano español -recuerdo que en el congreso en el que Felipe González presento su dimisión, justificó ésta diciendo que era socialista antes que marxista; hoy podríamos mejorar la reflexión diciendo que todos somos ciudadanos españoles antes que integrantes de tal o cual partido, siempre sin perder la rica policromía ideológica y política de una sociedad moderna como la nuestra- deseo que sepa encararlas con inteligencia, eficacia y sin perder la cohesión social que hemos logrado estos últimos años, para que no volvamos, 30 años después, a perder el tren de la modernidad y el progreso que representa, para nosotros con más justificación que para otros, la Unión Europea.
Nicolás Redondo, presidente de la Fundación para la Libertad.
Nicolás Redondo, EL ECONOMISTA, 25/11/11