Ramón Jáuregui-El Correo
- La desmesura de la oposición fortalece al Gobierno. Pero si no hay Presupuestos en 2026 ni los socios moderan sus exigencias, llegará lo que todos sabemos
Una certeza es que no habrá moción de censura porque no hay mayoría en la oposición para construirla. Otra es que tampoco habrá moción de confianza porque los socios no la desean y prefieren mantener al Ejecutivo sin una declaración tan expresa de apoyo. Certeza, por último, es que parecemos condenados a un enfrentamiento terminal hasta las próximas elecciones generales, sean estas cuando sean. La estrategia del PP no deja lugar a la esperanza de acuerdos transversales y la del Gobierno y sus socios camina en la misma y antagónica dirección.
Hay tres razones que explican la voluntad del PSOE de superar los últimos acontecimientos sin caer en la tragedia. Frente a demandas de dimisión del presidente, convocatoria electoral o congreso extraordinario, todas ellas cargadas de legitimidad democrática y de una cierta moralidad ejemplarizante, hay una razón pragmática, otra de orden interno y una tercera de carácter moral y colectiva.
Empezando por esta última, digamos que el conjunto de los actuales dirigentes del PSOE (los cuatrocientos reunidos en el Comité Federal) creen que las causas del escándalo están perimetradas a conductas individuales y que nada ni nadie probará lo contrario. Es algo así como un grito colectivo que reivindica a un partido y su acción política por encima de las causas judiciales abiertas a dos de sus dirigentes, por importantes y graves que sean estas.
La segunda responde a la realidad orgánica. El actual PSOE es un partido más vertical y jerarquizado que nunca, sin disidencias internas y sin segundos niveles alternativos. La dependencia ministerial de algunos de sus principales líderes territoriales es buena muestra de ello. El liderazgo orgánico de Sánchez es tan rígido como sólido. El partido depende de él y resulta difícil contemplar su futuro sobre otro liderazgo. De hecho, cuando se contempla esta hipótesis no hay nombres de alternancia.
La tercera razón es más pragmática todavía. Admitidas las exigencias de responsabilidad política del secretario general del PSOE por estos nombramientos, su respuesta se ha planteado en un doble plano: reconocerlas y pedir perdón por una parte y, por otra, proponer medidas internas (en su partido) y externas (en el Gobierno y en las leyes) contra estos hechos. El tiempo dirá si los ciudadanos las consideran suficientes.
Pero asumir esta responsabilidad dimitiendo y convocando elecciones equivaldría a una autoinculpación política que habría determinado toda su vida política y la del partido que lidera. Es difícil hacerse el harakiri de esta manera. Se ha dicho que en otros países esas dimisiones son moneda corriente en casos semejantes. Por ejemplo en Portugal, cuando António Costa renunció por mucho menos. ¡Cierto! El resultado es que el Partido Socialista de Portugal perdió el Gobierno, luego las elecciones y hoy es la tercera fuerza política, superada por la extrema derecha de ese país, cuando judicialmente la denuncia quedó en nada.
Entre las intuiciones, destaca una: esa nueva polarización surgida entre PP y Vox por disputarse un creciente electorado extremo puede acabar fortaleciendo el espacio de apoyo social al Gobierno. Es tal la exageración de la oposición y la desmesura de los insultos, que provocan un justificado temor a su acceso al poder. Todas las líneas rojas de esa dialéctica (desde encarcelar al presidente a expulsar a 8 millones de inmigrantes) se han sobrepasado grave y reiteradamente estos últimos días. Todo ello en un contexto internacional en el que la extrema derecha de Trump está destruyendo los valores más esenciales de la dignidad humana: la solidaridad, la cooperación, el derecho y la paz. Curiosamente, factores exógenos están justificando y fortaleciendo la coalición.
Se intuye, por último, que el Gobierno pasará el verano, si las responsabilidades penales del escándalo no superan el perímetro individual de los imputados. Pero su prueba del nueve serán los Presupuestos de 2026. Su proyecto político no podrá sostenerse hasta 2027 sin ellos.
El PSOE hará bien en reivindicar las medidas sociales que caracterizan su acción de gobierno, pero no debe olvidar que algunas y quizás nuevas exigencias de la heterogénea mayoría que lidera pueden destruir su gestión. En el fondo, su proyecto de una España conciliada con sus nacionalismos, construida sobre la base de una política plurinacional y progresista se examinará también en las próximas elecciones y solo se salvará si los socios moderan sus exigencias a la ortodoxia de las cuentas públicas, a los compromisos internacionales y europeos del país y a los límites de la España constitucional. Si se pasan, en un sentido o en otro, darán paso a lo que todos sabemos.