Jon Juaristi-ABC
- En el desorden mundial que se avecina, el español debe sonar a libertad
El Gobierno de Sánchez no debería dejar pasar la ocasión de hacer algo honorable en su vida. Algo, un solo gesto, que le saldría además relativamente barato: cerrar el centro del Instituto Cervantes en Moscú. Lleva más de un mes evitando hacerlo, apelando sin cesar a la necesidad de coordinarse con otras instituciones similares de la Unión Europea antes de tomar una decisión al respecto. Marear la perdiz, se llama esa figura.
De hecho, a fecha de hoy, el centro sigue abierto y activo. Según se dice en su web, se ha suspendido la actividad cultural «debido a las actuales dificultades logísticas y de comunicación», pero se siguen «prestando con normalidad» los cursos de español y de formación de profesores, así como los servicios de su biblioteca. Hace un mes, el 2 de marzo, el director del Instituto Cervantes, Luis García Montero, reconocía que había dificultad para pagar las nóminas del personal del centro moscovita, por el mal funcionamiento de las transferencias bancarias. No debería haberla. Bastaría con cerrar el centro, repatriar al personal de plantilla y despedir al resto, firmándoles, eso sí, los correspondientes pagarés del finiquito para cuando se les pueda abonar a través de la Embajada española (o de la Cruz Roja, si no hubiera otro remedio).
Como informaba este periódico, el pasado dia 11, el catedrático de Literatura Española de la universidad ucraniana de Mykolaiv, Oleksandr Pronkevych, había pedido por carta al Instituto Cervantes el cierre de su centro de Moscú, alegando que mantener su funcionamiento normal (la «prestación con normalidad» de sus servicios a la que se refiere la web) ofrece un arma propagandística al Gobierno genocida de Rusia, presidido por el asesino de masas Vladímir Putin. No se le ha hecho el menor caso.
El centro Cervantes de Moscú fue inaugurado, el 6 de febrero de 2002, por el entonces Príncipe de Asturias, hoy S.M. Felipe VI. Le acompañamos, en dicha inauguración, el ministro de Exteriores ruso, Igor Ivanov, antiguo embajador de su país en España, y quien esto escribe, por entonces director del Instituto Cervantes. Habiendo tenido cierta responsabilidad en el nacimiento de dicho centro, creo que me asiste alguna autoridad moral para sumarme al requerimiento del profesor Pronkevych e ir incluso algo más allá, al instar del actual Gobierno, no sólo el cierre, sino la supresión del centro Cervantes de Moscú y la correlativa creación de un Centro Cervantes en Kiev, al que podría destinarse el presupuesto público que hasta hoy se ha venido asignando al primero.
En el nuevo desorden mundial que emergerá después de la guerra, Ucrania estará en nuestro bloque, el de las democracias liberales, y Rusia, en el enemigo, el de las dictaduras totalitarias. Que los rusos aprendan idiomas, si les peta, con el Instituto Confucio, el del ‘soft-power’ chino. A ver si de una vez conseguimos que el español suene a Cervantes, o sea, a libertad.