Eduardo Uriarte-Editores

  • El sábado pasado asistí emocionado al homenaje de Fernando Múgica, asesinado por ETA, en el cementerio de Polloe en San Sebastián. Fue, además, un encuentro con amigos. Y a ellos tengo que agradecerles que me animaran a escribir porque, ante tan deprimente realidad política y mi creencia de que ya lo he dicho todo sobre lo que pasa, a ellos les debo las ganas de volver a escribir. Muchas gracias a estos “socialistas sin partido”, a alguno del PP, , e, incluso, a alguno del PNV que me animaron.

El Mariscal Montgomery cuenta en su Historia de la Guerra que durante su enfrentamiento con el Afrika Korps llevaba en su billetera una foto de su enemigo Rommel, pues aún sabiendo que ambos habían tenido una semejante educación y trayectoria militar miraba a los ojos de su oponente para intentar predecir cual iba a ser su comportamiento. Sánchez no necesita mirar la foto de Puigdemont porque ambos son idénticos. Ambiciosos y ególatras especímenes de la actual camada de políticos que la partitocracia ha parido. Con mirarse una foto de sí mismos deberían saber lo que va a hacer el otro. Si no ha sido así es porque el narcisismo juega malas pasadas.

Lo que Puigdemont le ha hecho a Sánchez rechazando la proposición de amnistía, tras haber éste asumido meterse en una encrucijada sin escapatoria, muestra la misma actitud prepotente que Sánchez mostrara a toda España paralizándola con su No es No, quebrando una forma de comportamiento en nuestra democracia, el respeto de la lista más votada para el gobierno de la nación, que predecía el quebranto de otras muchas. El respeto a la lista más votada era una actitud sabia, porque en un Estado tan descentralizado, no con toda coherencia federal, la búsqueda de aliados periféricos para desbancar al más votado desencadenaría la centrifugación del mismo, o incluso su misma destrucción, como es la situación que ahora padecemos.

¿Qué esperaba el de la Moncloa, que el secesionista iba a dar un paso atrás sabiendo que tiene en su mano el futuro, conociendo la ambición de su oponente, que es la suya propia? La única salida que le queda, antes de concederle todo al pretendiente de la corona de Cataluña, es ponerse a pontificar, obviando e incluso contradiciendo a la judicatura, declamando lo que es legal y lo que no es legal, -que en el Procés no hubo terrorismo- para, con la divina sabiduría que le otorga el caudillismo alcanzado, acabar por conceder a los sediciosos todo lo que exijan. Actitud coherente en un decisionista modélico como es él, pues cuando dice que la verdad es lo real, lo es, efectivamente, tras hacer real su verdad a cuenta de su decisionismo ilimitado.

¿Qué ha pasado para que tengamos que soportar a lideres arbitrarios destrozando la convivencia? Lo que los padres de la Constitución no previeron es que los instrumentos para la mediación política, es decir, los partidos políticos, dignificados significativamente en la misma Constitución tras su prohibición en la dictadura, iban a generar, trasformando paulatinamente el sistema, a la vez que se transformaban ellos en un proceso de inversión, una superestructura política identificada muy pronto como partitocracia. Este devenir acabaría fagocitando al propio sistema, con otras consecuencias como el arrinconamiento de la ciudadanía en la pasividad, convertida en mera clientela electoral, sumidos los partidos en una espiral de sectarismo sin límite, que alienta un radicalismo ideológico y fáctico peligroso, y acaba creando auténticos monstruos. Neptunos devorando el sistema que les ha permitido existir.

Montesquieu sabía de la vocación totalitaria de todo partido, de ahí su inspirado sistema de contrapoderes. Hoy, en España, el Legislativo es mera correa de transmisión del Ejecutivo y el Judicial está en trance de colonización. Asistimos a un ataque contra los núcleos de resistencia en busca del monopolio del poder por parte de ese bloque de partidos diversos, pero no liberales, dirigidos por el césar-pontífice.

Los protagonistas de esta involución antidemocrática no han sido precisamente los radicales socios antisistema de esa mayoría de progreso, han sido personajes que han estado detentando áreas muy importantes de poder como Mas, Ibarretxe, Zapatero y Sánchez. Los partidos antisistema han sido meros instrumentos manipulados por los señoritos de la política.

A Ibarretxe le vi acceder al Parlamento vasco muy joven, recién acabada la carrera de económicas, en coche oficial, pues era también alcalde de Llodio, la carrera de Mas en la política es probablemente más cómoda aún, ZP y Sánchez fueron productos mimados de las juventudes de su partido. Y, mientras muchos que habíamos pasados experiencias trágicas en el franquismo bajábamos del monte de nuestro sectarismo radical, les podíamos ver a todos esos subir a las cumbres de la ruptura, al secesionismo o la autocracia. en coche oficial. La trasformación de los otrora moderados prohombres de la política en líderes de la ruptura tiene en la partitocracia el caldo de cultivo para la producción de monstruos.

Monstruos, que, ante la pasividad social, en una destructiva ansia de poder, deterioran los logros económicos y sociales que la Transición puso en marcha, y que el sectarismo, cuya máxima versión es la memoria histórica o democrática para la destrucción de la convivencia, conceda el monopolio del poder a sus promotores en una aparente democracia de cartón piedra.

Si salimos de esta nefasta experiencia, el sistema que se proceda a proponer hay que protegerlo, volviendo a los fundamentos de toda democracia, defendiendo, y no sólo declamando, que la soberanía reside en el pueblo español, que todos estamos sometidos a las leyes, y que los partidos no son más que instrumentos mediadores entre la ciudadanía y la gestión política, nunca un fin en sí mismos. La primera tarea es debilitar el poder e influencia de los partidos y reformar el marco institucional. O no habremos aprendido nada.