José Torné-Dombidau y Jiménez-El Debate
  • Hoy como Estado volvemos a vivir otro momento de dificultad y desorientación político-estratégica. De no actuar con decisión y patriotismo, arriesgamos a repetir las debilidades y torpezas que condujeron al Desastre del 98

La nación española está en crisis. Mejor dicho, la han llevado a una crisis. En particular, prueba del desgobierno que padecemos son los graves errores de política exterior cometidos por los gabinetes de Pedro Sánchez. Por ejemplo, la nefasta y todavía no justificada —ni explicada— entrega del Sáhara a la monarquía marroquí. Al enfrentarnos con este asunto no podemos olvidar el llamado Desastre de 1898 con su corte de infortunios para España, dadas las muchas semejanzas que una legítima comparación con aquella época permite hallar.

A mi juicio, hoy nos encontramos ante una de esas inflexiones en la Historia de nuestra atormentada e infortunada patria, España. Asistimos a una de esas encrucijadas históricas: una pronunciada crisis nacional, moral y política alimentada por una desdichada coalición gubernamental (de políticos de corrosiva y antitética ideología) que está desarbolando las cuadernas del Estado democrático en lugar de apostar por su integración y cohesión. Hasta llegamos a dudar de la permanencia de nuestras fronteras, incluso interiores, y nos preguntamos qué sujeto es el titular, si el Estado o una comunidad autónoma, y qué autoridades son las competentes, pues basta referirse a la última cesión de Sánchez al chantaje de ‘Junts’ para continuar en la Moncloa: fronteras e inmigración.

Este sombrío paisaje; esta contundente desmoralización imperante; este desasosiego e incertidumbre; y este caminar abatiendo la Constitución, arruinando la separación de poderes, atacando a los Jueces, ocupando órganos de control y contrapeso, derribando límites, principios y valores y sacrificando la ética pública a la razón práctica de una política sectaria, nos conduce inexorablemente a una formidable crisis y debilidad del Estado. También de la nación española.

Tales cosas me recuerdan el dramático trance del Desastre del 98, con sus prolongadas y lacerantes consecuencias para el alma de España, cuando ésta perdió —trágicamente frente a EE.UU.— territorios tan entrañables y vinculados al sentir español como Cuba, Puerto Rico, Filipinas y una pléyade de islas en el Pacífico.

Hoy como Estado volvemos a vivir otro momento de dificultad y desorientación político-estratégica. De no actuar con decisión y patriotismo, arriesgamos a repetir las debilidades y torpezas que condujeron al Desastre del 98, con sus incalculables daños para la nación española y su posición internacional.

En efecto, en la última década se han dado pasos errados para los intereses de España frente a un Marruecos inamistoso, desleal y poco fiable. Un desgobierno, dirigido por Pedro Sánchez e integrado por políticos nada patriotas ni defensores de nuestros legítimos derechos territoriales heredados de siglos, ha enfriado las relaciones con Estados Unidos, momento en que, simultánea y astutamente, Marruecos ha ido ocupando el espacio internacional y proatlantista que España —con sus ineptos políticos de izquierda— ha ido abandonando por prurito ideológico. Malo.

Ahora nos encontramos en una tesitura internacional y geopolítica verdaderamente complicada con el peor gobierno en el peor momento. Durante mucho tiempo los españoles hemos permanecido inconscientes de lo que poseemos en la otra orilla de la costa africana: Ceuta, Melilla y los islotes. Y en medio del océano, las Islas Canarias y su prometedor mar territorial. No hemos defendido —ni inteligente ni adecuadamente— estas partes de España. No hemos salido al paso de inadmisibles e infundadas reivindicaciones marroquíes contrarias al Derecho Internacional, a la Historia y a los intereses españoles, llevadas a cabo, tal vez, con el beneplácito del amigo americano.

Nuestros gobernantes (algunos anteriores, y hoy casi todos los que forman la izquierda radical del gabinete) han considerado de corte franquista (espíritu militar africanista) la defensa de esos territorios frente a Marruecos, aunque alguno de ellos se incorporó a la Corona de España (1497) antes que Navarra (1513). ¡Ay, los complejos de los españoles! Gracias a este trastorno psicológico, los británicos continúan hollando tierra gaditana después de tres siglos. Incluso aumentando la extensión del mar circundante, sin consecuencias.

Temo que, ante la torpe tensión que Sánchez está generando contra Trump, este destemplado e irritable mandatario tolere a Marruecos alguna acción violenta contra Ceuta y Melilla, esas bellas ciudades —españolas donde las haya— que cualquier país del mundo mimaría y cuidaría al extremo, territorios españoles anteriores, como acabo de afirmar, a la conformación de Marruecos como Estado internacionalmente reconocido.

No faltan razones para ese temor. La amistad y alianza que Marruecos ha sabido trabar con Estados Unidos y con Israel; el torpe enfrentamiento del Gabinete español con su homónimo israelita; el creciente papel del régimen alauita como socio preferente en el norte de África; su alarmante rearme militar y la modernización de sus Fuerzas Armadas, justifican los muy razonables resquemores y alarmas ante lo que podría ser un nuevo Desastre.

Hay tiempo de impedirlo si se actúa inteligentemente y con el coraje necesario.

  • José Torné-Dombidau y Jiménez es presidente del Foro para la Concordia Civil