Ignacio Camacho-ABC
- Los sexadores ideológicos gubernamentales pretenden discriminar la legitimidad intencional de la protesta en la calle
Hay un cierto karma cabrón en la constatación malévola de que a este Gobierno le empiezan a estallar sus contradicciones en forma de justicia poética. El martes se cumplirá un año de la despenalización de los piquetes de huelga y coincide con un paro de transportistas que entorpece el abastecimiento mediante un bloqueo de carreteras acompañado de inaceptables episodios de intimidación violenta. Y las autoridades se desesperan porque la clase de protesta a la que pretendían otorgar impunidad no era precisamente ésta sino la de las brigadas de choque de la extrema izquierda, la que alentaban con su propia presencia los dirigentes y diputados de los partidos antisistema. A buenas horas se dan cuenta de que la política, como la vida, es un recorrido lleno de sorpresas donde las circunstancias pueden atrapar a cualquiera en un laberinto de incoherencias. Mira por dónde el populismo gubernamental se ha convertido en un bumerán de vuelta que pasa rozando las cabezas de los miembros del Gabinete en una situación de emergencia. De repente la legítima expresión de descontento de la clase obrera ha pasado a ser un sabotaje vandálico «de la ultraderecha».
Éste es el último hallazgo de la propaganda oficialista: el certificado de pureza de sangre de los manifestantes extendido por sexadores ideológicos gubernamentales. La superioridad moral progresista reparte credenciales de honestidad intencional para ocupar la calle. Si se puede rodear un parlamento, tributar a terroristas homenajes populares o recibir con barricadas de fuego ciertas sentencias judiciales quién va a impedir que los camioneros recurran al sabotaje para reclamar una rebaja en los precios de los carburantes. Los transportistas, los agricultores, los hosteleros o los comerciantes no entienden que la presión coactiva sólo esté al alcance de afiliados o simpatizantes de las sobreprotegidas organizaciones sindicales.
El problema añadido es que a los protagonistas de este plante -y de los que por desgracia vendrán- les traen sin cuidado los adjetivos. No se dan por aludidos. La economía cotidiana está alcanzando un clima crítico que si no encuentra remedios rápidos presagia una oleada de conflictos. La ineficacia del sanchismo está a punto de provocar en España una sacudida de malestar transversal al estilo de los chalecos amarillos, y buscarle a ese movimiento una etiqueta de partido es el peor error de juicio que puede cometer el Ejecutivo. Es obvio que esta agitación es susceptible de otorgar a Vox un rédito político pero el poder está confundiendo adrede -y eso se llama manipulación- beneficio con estímulo. Y lo que necesita el país son soluciones, medidas, compromisos, respuestas para aliviar la tensión de unos sectores productivos con sobradas razones para sentir su futuro en peligro. Hay un incendio social en ciernes y no lo van a apagar las excusas ni el sectarismo.