Jesús Prieto Mendaza-El Correo
Según el diccionario, contaminación se refiere a la introducción de sustancias u otros elementos físicos en un medio, lo cual provoca una alteración negativa de ese ecosistema y consigue que éste se convierta en inseguro o no apto para la vida. No me voy a referir a cuestiones medioambientales, pero el símil me parece pertinente para explicar la endiablada situación política a la que debe hacer frente la política española, como ha quedado evidenciada en las dos sesiones de investidura. Y es que esta legislatura va a estar condicionada por la contaminación que aqueja a las fuerzas políticas de nuestro país, contaminaciones que han lastrado, están lastrando y van a lastrar, tanto el quehacer de la coalición de gobierno que se inicia como la labor de la oposición.
Cuando PP y Ciudadanos contestaron de forma airada en la primera sesión de investidura las intervenciones de HB Bildu, de la CUP o de ERC no resultaron creíbles para un sector de la opinión pública. Y esta falta de credibilidad puede venir dada por la imagen de sobreactuación que se dio, ciertamente, pero me temo que pesa mucho más la contaminación que sufren estos partidos por sus flirteos con Vox. A pesar de que las fuerzas conservadoras antes citadas son tan legítimas como cualquier otra, como recordó ayer Iñigo Errejón, e imprescindibles en el juego democrático están fuertemente contaminadas por su falta de beligerancia con la ultraderecha nacionalista y por la ausencia de una ruptura radical y decidida con ciertas conexiones difusas con el franquismo.
No ha resultado edificante su actuación, bronca y carente de toda cortesía parlamentaria –ustedes me dirán, pero yo he echado en falta la sorna y el humor que aderezaba las respuestas en los debates de Mariano Rajoy–, más aun cuando en la mano de Pablo Casado o de Albert Rivera, ahora Inés Arrimadas (la política más votada en Cataluña el 21-D de 2017, no lo olvidemos) hubiera estado la posibilidad de haber formado un gobierno de coalición con el PSOE desde el verano de 2018. Una oportunidad que no sólo no se contempló, sino que se despreció de forma irresponsable, a pesar de que ejemplos como el de la ‘Grosse Koalition’ entre el CDU y el SPD en Alemania son modelo de estabilidad. De ahí que me atreva a afirmar que este proceso haya dejado contaminado el proceder de la derecha española durante esta investidura.
Pero no termina aquí la mancha de la polución. Si alguna fuerza está en este momento afectada por este chapapote político esa es precisamente la que ha conseguido en el mediodía del martes la formación de un gobierno: el PSOE. En este caso la contaminación viene dada por los socios elegidos para tal travesía. Es indudable que si Unidas Podemos quitaba el sueño al ya presidente Pedro Sánchez Castejón hasta hace pocos días, resulta difícil de asumir que hoy en la Moncloa se duerma a pierna suelta. Y es que contaminaciones que tienen que ver con el chavismo, con liderazgos autoritaritarios o con lo que Bauman consideraría la «liquidez política» lastran profundamente esta coalición. Tampoco Gabriel Rufián se ha caracterizado por ser el parlamentario catalán más amado por la ciudadanía española. Por el contrario, y a pesar de su cambio radical en los últimos tiempos, sus actuaciones en tribuna parlamentaria han estado marcadas por la ofensa. Para rubricar su posición, Monserrat Bassa dejó claro el martes que «le importa un comino la gobernabilidad de España», cuestión esta que ha dejado profundamente contaminada la ayuda de ERC al candidato socialista.
Ya he dicho antes que la derecha mostró una insoportable teatralización de la vida parlamentaria ante la intervención de Mertxe Aizpurua en la tribuna durante la sesión del domingo. La consideración del discurso del rey como «autoritario» no me parece, y menos aún en sede parlamentaria, como recordó Aitor Esteban, atentatorio ni insultante para el monarca. Aun así, sí que me pareció una ofensa la mención que hizo la representante abertzale a que «la derecha desea causar miedo y terror». Ejercicio de cinismo extremo escuchar hablar de miedo y terror a una representante del universo ideológico que apoyó la amenaza, el insulto, la expulsión, el robo y el asesinato de los discrepantes. Tampoco el discurso de Oskar Matute resultó muy tranquilizador, invocaciones revolucionarias, menciones al zapatismo y la constatación de que el «todos mataron todos somos víctimas» es el nuevo mantra que evitará la autocrítica por un pasado terrible. Queda, por tanto, muy contaminada la credibilidad del nuevo Gobierno, precisamente por haber resultado poco combativo en su respuesta a la representación de HB Bildu.
Finalizó su intervención el presidente Sánchez, después de citar a Manuel Azaña, con una emotiva invocación a recuperar espacios para el consenso y el entendimiento. Muy acertado, pero la contaminación lo abarca todo. La derecha y la izquierda están manchadas por sus alianzas, por sus silencios, por sus aplausos, por sus cambios de rumbo o por sus cesiones y es esa contaminación la que está lastrando desde hace más de un año la posibilidad de que el país avance y se recupere, tanto en términos económicos como en términos de reconstrucción de las dos Españas que se han dibujado durante las sesiones de investidura. A pesar de los lógicos piropos que le dedicó Adriana Lastra, a pesar de las alusiones a la valentía y a la perseverancia, la realidad se impondrá y si Pedro Sánchez no consigue limpiar los vertidos, la contaminación puede hacer fracasar su proyecto de gobierno progresista. Tal es el poder letal del chapapote político.