Chapotear en la sangre

FUNDACIÓN PARA LA LIBERTAD 19/11/13
TEO URIARTE

Acababa su último artículo Maite Pagazaurtundua, comentando toda la inversión que el nacionalismo en el poder autonómico está aplicando a la legislación sobre las víctimas del terrorismo, con la mención del chapoteo en el lodo que ello supone. Hace muchos años, refiriéndose a la manipulación que desde el poder se hacía del terrorismo, a eso mismo lo llamaba Onaindia chapotear en la sangre, en una imagen más dramática del concepto pero que en el fondo viene a decir lo mismo: lo poco que desde las instituciones política se avanza en la condena del terrorismo y la manipulación del terror.
Volvemos a tiempos atrás, es una desgracia. Ha bastado que se le otorgue a los del velatorio de ETA su admisión en el club democrático para que todo el discurso de condena del terrorismo se desarme, para que de nuevo el discurso dominante sea el de sus jaleadores, y que las víctimas acaben siendo vistas como meras consecuencias del “conflicto” generado por la cerrazón de España. Basta leer el contradictorio artículo de Jesús Loza, cambiando presos por convivencia, cosa más que discutible que por ese canje tal se consiga, para descubrir que el buenismo entreguista no ha desaparecido con ZP, y que la ingenua, hija de la ignorancia, postura de favorecer a cualquier precio la integración del mundo nacionalista radical no va a favorecer la convivencia, como cree, sino todo lo contrario.
Esta forma de pensar, soñando en un mundo feliz, es hijo del imaginario de los actuales políticos de los otrora grandes partidos constitucionales que miran siempre el mejor final de todo problema, sencillamente porque no quieren hacer frente a los problemas –menos mal que en otros supuestos económicos viene la alemana y les obliga  a hacerles frente, si no ni por esas-.  Políticos que han favorecido la idea de que traumáticas propuestas como el plan Ibarretxe, en su día, o la actual propuesta de secesión catalana, se resuelven amablemente. Como en aquel “tire usted primero” del general al británico en los combates de mediados del XVIII con los franceses, al fin y al cabo los que caían no eran generales. Una especie de pensar versallesco entre los políticos, enajenados de la dramática situación a la que asistimos. Esperemos que no duren estos políticos, aún a costa de pasar el proceso de reformulación política italiana.
Hay que creer  a los nacionalistas cuando piden lo que piden, o dicen lo que dicen. Junquera quiere la independencia, para eso amenaza con una huelga general en Cataluña, a su voz y mando, que destroce toda la economía española para forzar su meta. Y entonces, ¡oh maravilla!, empresarios, e incluso políticos, empiezan a descubrir que la secesión no es un hecho amable. Demostrándome, de nuevo, lo difícil que es aquí bajo el imperio del prejuicio, el servilismo político, y la sumisión económica e informativa, demostrar lo obvio.
Me lo decía un viejo compañero socialista tras la presentación de mi reciente libro:”si al fin y al cabo no has hecho más que mostrar lo obvio”. ¡Y tenía razón! Lo difícil que es en este país –un montón de páginas-, subyugados bajo unos códigos políticos trasmitidos fielmente por los medios de comunicación, transmitir lo que en cualquier otro país democrático sería contemplado sin más: que si un gobierno negocia con un grupo terrorista lo legitima, que si tal negociación es pública y duradera en el tiempo le hace propaganda, que si atrae a la negociación mediadores internacionales y observadores de gobiernos extranjeros internacionaliza el problema, que si introduce en la negociación concesiones políticas está abriendo un proceso constituyente, que si todas esa características políticas se unen es muy difícil mantener en la cárcel a los delincuente con cuyos portavoces se negocia…, etc. Sencillamente: aberrante. Y a eso hemos asistido y seguimos asistiendo.
Curiosamente este caótico país es menos nacional con los nacionalistas en el Gobierno que con el PSE y el PP. Acabamos de quedarnos sin el día nacional, porque era el del Estatuto, el único marco político que nos otorga identidad política. Pero es que  los nacionalistas viven en la quimera, forma de mantenernos siempre en tensión. Los símbolos de Euskadi o son nacionalistas o no lo son, y entonces serán símbolos partidistas, pero no nacionales. Pero los viejos del lugar, lo que conocimos el franquismo, ya sabíamos que no hay instrumento más pernicioso para una nación que el nacionalismo. Por enunciarla en exceso y hacerla patrimonio propio los nacionalistas  se la cargan. Sencillamente:aberrante.

Eduardo Uriarte  Romero