Pedro García Cuartango-ABC
- Estamos dejando atrás la sociedad del espectáculo y hemos entrado en la era de los charlatanes
Todavía nos falta perspectiva para saber cómo será vista nuestra época en el futuro. ¿Hablarán de estos tiempos como los de la era de la globalización? ¿De internet y las redes sociales? Tal vez los historiadores venideros se fijen en el declive del imperio americano y la hegemonía de China en el mundo. No lo sabemos porque los arboles no nos dejan ver el bosque.
A mí me llama la atención la proliferación de charlatanes en esta sociedad hipertecnificada y conectada en tiempo real. La paradoja me parece notable: mientras la ciencia ha dado un salto enorme en las últimas décadas, la verdad se ha convertido en algo cada vez más relativo. El saber y la autoridad académica han mudado
en simples opiniones en un entorno en el que vale igual el juicio de un sabio que el de un ‘influencer’.
Aunque no nos lo parezca, esto no es nuevo. Ya sucedió en el siglo XVII cuando Cromwell le cortó la cabeza a Carlos I, que era la referencia política y religiosa en Inglaterra y Escocia. Surgieron sectas como los anabaptistas, los brownianos, los muggletonianos o los familistas. Todos cuestionaban las verdades establecidas por la Iglesia anglicana.
Había un grupo llamado los ‘ranters’ que creían que Cristo se encontraba en todas las personas, que la blasfemia era lícita y que la libertad sexual debía ser absoluta. Un vidente llamado George Fox predicaba que todo creyente debía seguir los dictados con los que Dios guiaba sus acciones, negando cualquier autoridad a Canterbury.
Filósofos como Hobbes y Descartes se enzarzaron en una discusión sobre la naturaleza del alma, una cuestión que tenía enormes repercusiones políticas porque estaba en juego la cuestión de la libertad de conciencia y la existencia de un orden divino.
Fue una época de brujos, de chamanes, de médicos que se atribuían el poder de curar las enfermedades del espíritu. Proliferaban quienes afirmaban que la locura era un mal causado por el diablo y quienes esgrimían el hallazgo de pócimas milagrosas para evitar el pecado y los extravíos de la carne.
Cuatro siglos después, la sociedad en la que vivimos nos recuerda mucho a aquella Inglaterra de Cromwell en la que nadie poseía autoridad para discernir entre lo verdadero y lo falso, entre la ciencia y la superstición. Como entonces, nos encontramos perdidos en la retórica de unos charlatanes que están omnipresentes en los medios de comunicación, especialmente los digitales.
Un ‘influencer’ puede tener millones de seguidores, un personaje del corazón puede ser más escuchado que un premio Nobel y un ignorante puede aparecer revestido de la autoridad de un erudito porque todo se ha vuelto relativo y volátil, mientras triunfan las ideologías identitarias o de género. Estamos dejando atrás la sociedad del espectáculo y hemos entrado en la era de los charlatanes. El futuro es suyo.