Jon Juaristi-ABC

  • En todo linchamiento, los linchadores arrasan con toda garantía procesal, comenzando por la presunción de inocencia

Tratar del caso Errejón me aflige. Como el Bartleby de Melville, preferiría no hacerlo, pero en la presente coyuntura se impone su necesidad. A mi reacción espontánea ante cada nueva noticia sobre el caso (una reacción de irreprimible alegría rencorosa, no lo negaré) sucede de inmediato otra que no es de pena ni de compasión, sino de cautela, mediada por un imperativo categórico: no te sumes a una muta de linchamiento. Limítate a describir la situación.

Empieza por lo más evidente, y lo más evidente es que el agresor de ayer se convierte en el agredido de hoy. Evita los membretes demasiado obvios, como verdugo y víctima, que establecen una falsa correspondencia. El verdugo es el funcionario público encargado de aplicar al reo declarado culpable los castigos corporales prescritos en la sentencia, que pueden ir desde la flagelación a la pena capital en cualquiera de sus formas legales. Nada que ver por tanto con el agresor. La víctima, por el contrario, es siempre víctima de un agresor, o sea, un agredido. El criminal ejecutado no es una víctima del verdugo. Puede serlo, concediendo algún valor a la metáfora, de un sistema social injusto o de la imperfección del mundo, pero no del funcionario Fulanito, brazo ejecutor –tonto o listo– de la ley.

De momento, Errejón es víctima de un linchamiento político y mediático, cuyo objetivo inmediato no es la muerte física, sino la muerte civil, la cancelación del agredido. En todo linchamiento previo al juicio de la víctima, los linchadores arrasan con toda garantía procesal, comenzando por la presunción de inocencia. Los linchadores pueden empezar con una parodia de juicio en la que se declaran solemnemente extinguidas tales garantías. Es lo que hicieron el pasado lunes Rita Maestre y Manuela Bergerot, presididas por Mónica García y constituidas en improvisado tribunal revolucionario con la única finalidad de decretar cuanto antes la culpabilidad de Errejón y la correspondiente sentencia de muerte (civil) seguida de su entrega al linchador social por antonomasia: el pueblo, o sea, el pueblo del populismo comunista, las redes sociales.

Por supuesto, Errejón acudió de continuo a los mismos procedimientos para cancelar a sus enemigos, pero el hecho de ser un linchador linchado no impide denunciar la iniquidad de su linchamiento, eso sí, revolucionario. El linchamiento revolucionario suele tener dos fases sucesivas: el carnavalesco o jocoso y el real. El jocoso se vale de la ridiculización (a veces, a través de un tribunal bufo). El real cuenta con el tribunal revolucionario, o sea, con la checa. Y las checas del comunismo español contemporáneo son checas de chicas. De chicas castradoras, que comienzan por entregar al populacho mediático el miembro viril que supuestamente «se sacó» Errejón, transmutado en miembro viral. Así funciona la cosa.