Editorial-El Correo

La investidura de María Chivite como presidenta de Navarra gracias a la decisiva abstención de EH Bildu le permite reeditar su coalición con Geroa Bai -la marca liderada por el PNV- y Contigo-Zurekin -Podemos- frente a una derecha encabezada por UPN que ganó en las urnas, pero quedó lejos de una mayoría suficiente. Se trata de un pacto legítimo, con fuerte acento social, que visualiza la pluralidad de la comunidad foral y apuesta por la convivencia. El hecho de que el Ejecutivo dependa de la izquierda abertzale para sacar adelante sus proyectos es un factor de distorsión nada baladí y la principal incógnita para su estabilidad, aunque en el anterior mandato aprobó esa asignatura sin grandes traumas pese a las discrepancias en asuntos tan sensibles como el euskera. El PSN ha eludido una negociación formal con EH Bildu y tenido la habilidad de posponer este proceso hasta después del 23-J por temor a que perjudicara a Pedro Sánchez. El anuncio de ese incómodo socio de que elevará sus exigencias y planteará un debate sobre el derecho a decidir, frente a la reforma de la Ley de Amejoramiento en el marco constitucional que propone Chivite, augura tensiones que desbordarán el ámbito de la comunidad.