- La sumisión del PSOE a Bildu alcanza en Navarra el clímax que resume la amoralidad del sanchismo
María Chivite no tenía que ser presidenta de Navarra, como Sánchez no puede serlo de España, si para lograrlo necesita el respaldo de Bildu, que no oculta sus aspiraciones: euskaldunizar el viejo Reino y convertirlo en la cuarta provincia de una Euskal Herria imaginaria que, gracias al PSOE, va a terminar siendo de verdad.
Los estropicios morales del sanchismo han logrado naturalizar todos los abusos hasta hacerlos normales, o al menos tolerables, y el de Navarra es el penúltimo ejemplo: allí va a gobernar una indigente política, haciéndole trampas al elector con una suma parlamentaria, obscena, con las marcas blancas del PNV y de Podemos y el añadido decisivo de la nueva Batasuna.
Tenía otra opción, dejarle gobernar a UPN como en Barcelona el PP le dejó al PSC, pero prefirió echarse en los brazos de un partido abertzale que ya deja claras de antemano sus pretensiones: ondear la ikurriña, convertir en obligatorio y hegemónico el euskera y activar la disposición constitucional que permite celebrar un referéndum de anexión de Navarra por parte del País Vasco.
Esto es el sanchismo: la negación de la democracia por el método de llamar democracia a la suma artificial de moros y cristianos, de tirios y troyanos, de comunistas y de la derechona, de todo lo que se mueva con tal de obtener la gloria efímera del poder.
Navarra va a ser el gran problema político de España para unos cuantos años, pues sienta un precedente que el separatismo se grabará a fuego para invocarlo en las circunstancias oportunas: si allí se vota anexión, en Cataluña y el País Vasco se podrá votar independencia, por mucho que en ambos casos no exista la disposición constitucional que sí existe en el caso navarro, gracias al monumental patinazo de los padres de la Carta Magna.
Sánchez, lejos de calmar las aguas, las ha agitado como nadie, resucitando a quienes, gracias al Estado de Derecho, estaban derrotados: el separatismo catalán estaba huido o en prisión y el vasco, manchado de sangre, había renunciado a las armas por la asfixiante presión de la Guardia Civil, de la Policía Nacional y de la Justicia.
No había que darles ni agradecerles nada, pero las necesidades aritméticas del sanchismo revivieron a cada uno de esos cadáveres políticos para convertirles en protagonistas decisivos de una España secuestrada por ellos y convertida en un formidable zulo donde se confinan el sentido común, la decencia política y las expectativas de la inmensa mayoría constitucional.
Chivite, que es a Navarra lo que Boabdil a Granada, llorará algún día por su entreguismo codicioso, y lo hará a la vera de Sánchez, máximo responsable de la sumisión nacional a todo enemigo interno o externo al que vende su alma sabiendo que es el diablo.
Se llame Mohamed, Arnaldo o Carles, el resultado es el mismo: el sanchismo se deja extorsionar a cambio de su sillón, un palacio y un Falcon, que al final acabará siendo un transporte de huida a algún país sin convenio de extradición.