IGNACIO CAMACHO – ABC – 30/04/17
· Trump ha pasado sus primeros cien días tratando de aprender a no tropezar demasiado con los muebles de la Casa Blanca.
Fue Franklin Delano Roosevelt el que estableció el paradigma napoleónico de los cien días para mostrar los primeros frutos de su Presidencia. En ese tiempo logró aprobar quince leyes urgentes para sanear una nación enferma. Donald Trump ha empleado los suyos, que se cumplieron esta semana, en aprender a no tropezar demasiado con los muebles de la Casa Blanca. Y sin lograrlo del todo: aún no se habitúa a la geografía doméstica de un poder que, siendo acaso el mayor del mundo, es también el más sometido a los controles de la democracia.
A Trump no lo han embridado sólo, como pronosticaban sus críticos, los mecanismos de contrapesos del sistema. Lo han frenado los obstáculos de la realidad, que es mucho más versátil, engorrosa y compleja. Los políticos populistas ascienden porque logran hacer creer a la gente en la falsa facilidad de sus expeditivas respuestas. Pero si llegan al Gobierno queda en evidencia que no las tienen o que las que tienen no son eficaces; detrás de cada aparente solución surge un nuevo problema. La política de verdad tiene poco que ver con la verborrea. En el caso del presidente americano, ha pasado sus primeros tres meses chocando con su propia inexperiencia, como un aprendiz de piloto que tocase los botones del cuadro de mandos a ciegas.
Como dijo Fraga de González, Trump sólo acierta cuando rectifica. Y mira que ha rectificado: sobre Rusia, sobre la OTAN, sobre el libre comercio, sobre la expulsión de inmigrantes, sobre el muro con México, sobre China. Hasta ha tenido que deshacerse de su ideólogo más radical, Steve Bannon, y dejar a medias la deconstrucción del sistema sanitario de Obama para que una parte de sus propios votantes no quedase desasistida. Se le ha ido el tiempo en adaptarse mentalmente a los límites prácticos de sus promesas.
Para recuperar popularidad ha tenido que recurrir al comodín del Pentágono, que siempre tiene a mano una guerra. Al menos los generales son gente experta, aunque con propensión a confiar demasiado en su gigantesca maquinaria bélica. Y eso puede ser peligroso con un líder tan aficionado al efectismo improvisado, tan poco previsible a la hora de calcular el impacto de sus estrambóticas ideas.
El aterrizaje del nuevo presidente demuestra la debilidad esencial de los políticos oportunistas, que sólo resultan tolerables o inocuos cuando atemperan su espíritu aventurero.
Pero el pragmatismo los vulgariza porque fuera de la apariencia drástica no son más que unos aficionados incapaces de evaluar riesgos. Lo mejor que se puede decir de Trump es que no ha sido Trump… hasta el momento. Y ya es lastimoso que un gobernante recién elegido tenga que revocarse a sí mismo para parecer medio serio. La verdadera culpa de este proceso es de quienes creen que el voto no tiene consecuencias y eligen al primer advenedizo que les promete acabar con sus problemas por decreto.
IGNACIO CAMACHO – ABC – 30/04/17