Jorge Galindo-El País
Que la acción jurídica sea autónoma e imparable no quiere decir que deba ser única
Deriva autoritaria. Regresión democrática. Retorno del régimen. Son epítetos que se aplican a la reacción del Estado ante el proyecto unilateral independentista. Es significativo que se apresten a enunciarlos quienes, entre septiembre y octubre de 2017, impusieron los deseos de menos de un 50% de los votantes catalanes sobre la otra mitad, generando una ruptura institucional sin precedentes que multiplicó la fractura social existente.
Si pulimos la discusión librándonos de hipérboles innecesarias nos daremos cuenta rápidamente de que asistimos a un choque de mayorías: la independentista en Cataluña contra la antisecesionista en el resto de España. Es esta la pesadilla de cualquier democracia territorialmente fragmentada, porque tensa las costuras del sistema.
Por un lado, tensa la separación de poderes. No porque no exista, sino porque el Ejecutivo central delega por inacción en el Poder Judicial. Que la acción jurídica sea autónoma e imparable no quiere decir que deba ser única. La búsqueda de pragmáticos en el bando contrario es parte de la labor de un Gobierno inmerso en un conflicto constitucional. Salvo que desee enrocarse en su mayoría.
Pero sobre todo y por encima de todo tensa las instituciones de autogobierno. Lo hace cuando la otra mayoría también escoge mantener su trinchera, usando la autonomía como escudo. A cualquier precio, incluyendo las cabezas de los pragmáticos en su propio bando.
Si cualquier democracia avanzada aspira a evitar la dictadura de la mitad más uno de su población, una de carácter federal quiere conseguirlo en todos los territorios que la componen. Es por eso por lo que no hay mayor fracaso para una federación democrática que un choque de mayorías. Significa que las instituciones que antes permitían consensos, que facilitaban la gestión conjunta de la norma, están ahora al albur de la pelea más vieja de la historia: la lucha por dominar un territorio. No es ninguna deriva autoritaria excepcional, sino que se trata del ejercicio desnudo, clásico e inevitable de la soberanía. Codificada en cualquier Constitución; también, sí, en la española.