MARTÍN ALONSO / Doctor en Ciencias Políticas y Coautor de ‘El Lugar de la Memoria’, EL CORREO 03/02/14
· El distinto tratamiento de dos efemérides, 1714 y 1939, muestra la existencia en Cataluña de una visión oficial de la historia políticamente dirigida.
Se cumplen ahora 75 años de la toma de Cataluña por las tropas franquistas y, con ello, del final de la Guerra Civil. La efeméride bien habría merecido mayor atención en la ciudad del Memorial Democrático que la mirada tangencial de la exposición fotográfica ‘Barcelona en postguerra (1939-1945)’. Así habríamos podido recordar que la oposición entre democracia y franquismo no se corresponde sin más con coordenadas geográficas: miles de catalanes vitorearon a las tropas franquistas y otros iban con ellas; lo mismo vale para cualquier otro gentilicio. Pero el hecho ha quedado desahuciado de la agenda política catalana, completamente absorbida por la cuestión nacional. No es nada nuevo: los marcos políticos identitarios exhiben la universal particularidad de invertir la jerarquía de intereses, subordinando los aspectos cercanos a la metafísica esencialista de ascendiente romántico.
En el corazón del programa de fastos en curso en Cataluña se encuentra 1714, la fecha de otra caída de Barcelona, al parecer políticamente más competitiva (cuanto más lejos en el tiempo, más susceptibles al enfoscado mítico). Explicar por qué ha llegado a serlo es una tarea que le corresponde al científico social, deontológicamente refractario a las concepciones esencialistas. De entrada se observa una diferencia de enfoque entre el tratamiento de los hechos de 1939 y la multitud de productos que ven la luz bajo el estandarte simbólico de 1714; abundan entre éstos los que se inscriben en el género de la literatura historizante, más afin a la maleabilidad ilimitada de una memoria social políticamente inducida.
Acaso no hay mejor manera de visualizar el contraste de fechas que el destino de sus respectivos emblemas. El Memorial Democrático, un lugar de memoria sobre la Guerra Civil y el franquismo sin equivalencia en España, ha visto reducida su plantilla antes de ser vendida su sede en vísperas del 75º aniversario. En septiembre, el 11, y coincidiendo con el aniversario 299 rival, se inauguraba el imponente Born Centro Cultural con estas palabras del alcalde de Barcelona Xavier Trias (CiU): «El somni de llibertad dels catalans del 1714 es manté intacte en els catalans d’avui». El lugar de la memoria cívica era sepultado bajo las ruinas de la metonimia del destino robado que lucen fastuosas en el Born. La celebración del Tricentenario –objeto de tratamiento manifiestamente asimétrico en los presupuestos– tuvo su arranque en el simposio ‘España contra Cataluña: Una mirada histórica (17142014)’. El título huntingtoniano –por ‘El choque de civilizaciones’– es algo más que anecdótico; a la vez que convierte al futuro en objeto histórico (el congreso se celebró en diciembre de 2013). El marco director implícito ilustra la observación del historiador L. B. Namier (‘Conflicts: Studies in Contemporary History’) de acuerdo con la cual, contra lo que nos gustaría creer, cuando debatimos sobre historia partimos de la propia experiencia y, de ese modo, concebimos el futuro de acuerdo con supuestas analogías con el pasado, hasta que, mediante un doble proceso de repetición, acabamos por imaginar el pasado y recordar el futuro. Ciertas fechas fetiche, añade, sirven de coartada al efecto.
En sintonía con la visión soberanista, los cuatro bloques temáticos del simposio pertenecen al cómputo de los eventos deudores: represión en sus diversas facetas y exilio. Tales eventos (derrotas, fracasos, traumas, agravios…) sirven para apuntalar la figura cooptada de la víctima. Si a ello añadimos el papel de instituciones dependientes de organismos públicos, por un lado, y la omnipresencia del gentilicio, por otro, tendremos reunidas las piezas que caracterizan lo que los científicos sociales serbios han denominado, para caracterizar la deriva de su particular Academia en los años 80, ‘para historiografía’: vector etnoidentitario (protagonismo del esquema nosotros-ellos), contaminación política (politización de la historiografía, anacronismo presentista) y movilización del victimismo (se ha comparado la caída de 1714 al genocidio armenio o presentado como un anticipo del nazismo). La Serbia de esa década padeció una forma extrema de mal uso de la autoridad científica, con las consecuencias que conocemos en los 90. Aquí como allí, unas elites políticas desprestigiadas y una parte de la ‘intelligentsia’ de izquierdas huérfana y nostálgica del maniqueísmo confortable de la Guerra Fría, han encontrado cobijo, codo con codo, bajo los amuletos coloristas del imaginario historiográfico romántico y emprendido a marchas forzadas el camino hacia el pasado futuro (Koselleck).
La izquierda catalanista ha convalidado tanto los recortes sociales como la neutralización del Memorial Democrático con la unión sagrada del ‘derecho a decidir’ y la consulta, mientras las víctimas genuinas (los pacientes de las consultas cotidianas, los desempleados, los dependientes, los mayores y familias sin recursos) sufren de la degradación del Estado de Bienestar y los ciudadanos ven mermado su más tangible derecho a decidir por mor de las restricciones sociales, los recortes selectivamente aplicados, la corrupción y la avaricia de las elites extractivas; patologías equitativamente distribuidas a los dos lados del Ebro. Salvo error u omisión, en las 122 páginas del programa del tricentenario las dos únicas menciones a una guerra civil son para el siglo XVIII; 1939 no figura, tampoco el maestro Orwell, autor de ‘Homenaje a Cataluña’ y crítico lúcido de los nacionalismos. No encuentran encaje en la plantilla narrativa del antagonismo étnico que predican y subvencionan los epígonos de los héroes retroproyectados de 1714. Concluyamos con Fustel de Coulanges en el duelo de la guerra franco-alemana (1871): «La historia estudiada de forma impropia nos divide; por eso es desde una historia cabalmente conocida donde debe comenzar el proceso de conciliación».
MARTÍN ALONSO / Doctor en Ciencias Políticas y Coautor de ‘El Lugar de la Memoria’, EL CORREO 03/02/14