LUIS HARANBURU ALTUNA, EL CORREO – 17/12/14
· El PNV y Bildu pretenden protagonizar el juego del bipartidismo arrumbando a las demás posiciones políticas, pero lo cierto es que pocas cosas les separan.
Acabamos el año, pero nada concluye. La contienda política dentro del nacionalismo vasco continúa. La pugna por la hegemonía entre el nacionalismo radical y el nacionalismo posibilista no termina de decantarse y los ciudadanos aguardan entre aburridos y escépticos el desenlace. Mientras tanto, algunas instituciones sufren de una alarmante esclerosis que afecta a su bienestar. Gipuzkoa es el ejemplo más llamativo, pero toda la urdimbre institucional se resiente.
El final del año coincide con el inicio de la precampaña electoral que en primavera nos llevará a las urnas. La discusión de los proyectos de presupuesto se ha ventilado entre falsas desavenencias y exageradas sobreactuaciones. Las diferencias entre los presupuestos del año pasado y el proyecto de los del año 2015 son de matiz y no justifican que quienes apoyaron los anteriores abominen de los nuevos. Gipuzkoa y Álava se han quedado sin presupuestos, que es como quedar desarbolados y sin norte. El PNV así lo ha querido. Para exponer la soledad de Bildu en Gipuzkoa y la fragilidad del PP en Álava. Todo sea por la sabia estrategia electoral, que pretende recuperar antiguos feudos y nuevos electores. Sin embargo, es muy posible que los nuevos electores opten por quienes prometen el nuevo paraíso a golpe de voluntad y nuevas tecnologías. Los de Podemos van a irrumpir en los viejos caladeros de votos y está por ver dónde vaya a quedar cada cual.
En un escenario político tan plural y compartimentado como el vasco, es muy posible que ningún partido político quede inmune a la irrupción de Podemos. A Bildu se le ha acabado la exclusiva anti-sistema y a todos se les ha terminado el nirvana de los votos cautivos. Todo es posible en un escenario donde las ideologías ya no delimitan compartimentos estancos. En este contexto, resulta increíble el que los nacionalistas vascos pretendan jugar al bipartidismo entre radicales y moderados. El nuevo escenario político puede colocar al nacionalismo vasco en situación precaria, de no ser que limen sus diferencias y opten por la concordia. Y sin embargo llaman al choque de modelos como si Bildu fuera lo que fue y el PNV encarnara la centralidad.
En la pasada legislatura Bildu gobernó, gracias al PNV, en la mayoría de los ayuntamientos guipuzcoanos y sobre todo en el de San Sebastián y en la Diputación foral de Gipuzkoa. La opción realizada por el PNV guipuzcoano pretendía situar al nacionalismo radical ante la responsabilidad de gobernar, con el ánimo de que el poder lo desgastara. El desgaste, sin embargo, está por verse y mientras tanto Gipuzkoa se ha convertido en el rehén del nacionalismo con un gobierno sin programa ni proyecto, que ha dado bandazos a diestro y siniestro. Bildu no ha sido capaz de configurar una política fiscal coordinada ni eficaz y ha visto cómo algunas fortunas han cambiado de casa y de nido. Ha agraviado a los empresarios y es a su pesar como el desempleo ha menguado algo. Tras cuarenta años de lucha en las barricadas del anti-stablishment, Bildu ha demostrado que sus alforjas estaban vacías de proyectos políticos y tan solo han podido rediseñar la política de basuras. Un magro resultado tras cuatro décadas de violencia y pujos revolucionarios.
El paso de Bildu por las principales instituciones guipuzcoanas ha tenido, sin embargo, un efecto valioso en tanto que ha supuesto el desmoronamiento de su retórica revolucionaria y radical. No sé si este era el efecto buscado por el PNV, al regarle las poltronas, pero la historia dirá que la izquierda abertzale encontró la horma de su zapato cuando pisó las alfombras del poder. Si esta fuere la ventaja obtenida por la ciudadanía, sea bienvenido el paréntesis de cuatro años baldíos en el proceso modernizador de Gipuzkoa. Porque de modernizar, nada de nada. Es como si la izquierda abertzale se sintiera satisfecha de haber ganado la cuarta guerra carlista, al haber entrado en la capital liberal que fue Donostia y ponerse la txapela al ritmo de zortziko.
Ahora, tanto el PNV como Bildu pretenden protagonizar el juego del bipartidismo arrumbando a las demás posiciones políticas; pero lo cierto es que pocas son las diferencias que separan a los modelos de ambos, ya que están de acuerdo en lo fundamental, que es la construcción nacional. Ni Olano es menos abertzale que Garitano, ni ambos se diferencian en su ofuscación identitaria. Uno puede ser más proclive al capitalismo de sacristía –el beneficio de los suyos– y el otro más inclinado a las pancartas, pero nada fundamental los distancia; solo su ambición de gobernar para los suyos.
Mientras los nacionalistas se empecinen en una guerra entre abertzales, bien podría ocurrir que una buena parte de la ciudadanía harta de quienes aquí y ahora forman la única casta y el único régimen, que nos ha gobernado desde la transición, opten por votar a quienes desean un País Vasco y una Gipuzkoa más libre, tolerante y moderna. La asfixia política suele provocar reacciones imprevistas y el nacionalismo tanto aquí como en Cataluña, no puede perdurar a base de falsos debates y supuestos choques de modelos, que no son sino distintos tonos de la misma melodía.
El PNV con su proverbial ductilidad ideológica y Bildu con su arraigada costumbre de llamar a las cosas con otro nombre, pueden representar la comedia de la disputa entre hermanos, el único problema es que los damnificados somos el conjunto de los ciudadanos. Mientras la crisis todavía acucia y el desempleo afecta a demasiada gente, nuestros nacionalistas no pueden ignorar la dura realidad y refugiarse en sus artificios políticos a mayor gloría de aberria y de los abertzales. El choque de modelos es una ficción que no se corresponde con la realidad y la prueba de ello nos la ofrece la plena coincidencia estratégica de ambos nacionalismos en lo identitario.
LUIS HARANBURU ALTUNA, EL CORREO – 17/12/14