Olatz Barriuso-El Correo
- Ni el PNV ni el PSE albergan la voluntad de romper el Gobierno pero sus respectivas urgencias electorales pueden erosionar sin remedio su hasta ahora exitosa alianza
A veces, el diablo está en los detalles. Y para radiografiar el alcance de la presente crisis de confianza entre PNV y PSE, que podría pasar para el espectador medio como una más, merece la pena fijarse en ellos. Veamos sólo dos, que revelan un encono que queda patente en cómo Eneko Andueza cruzó ayer una línea roja al mentar, de alguna manera, la bicha de la ruptura. Por ejemplo: es novedoso que se acusen mutuamente de mentir, de inventarse menas donde sólo habrá refugiados -en el centro de Arana en Vitoria, renovado objeto de controversia-, o incluso de sacarse de la manga que alguien dijo eso. O que esgriman el programa de gobierno como arma arrojadiza y citen los mismos pasajes para reprocharse mutuamente su nula observancia. El PSE pone el acento en que los puntos 55 y 56 del documento mandatan la «acogida» de migrantes mientras el PNV destaca que la vinculan a la inserción laboral y al necesario «refuerzo del capital humano» vasco para hacer frente al reto demográfico. Las dos cosas son ciertas. De hecho, en eso reside la virtualidad de las coaliciones, en amalgamar los compromisos electorales de sus integrantes en un proyecto -se supone- común.
La pregunta que surge, a botepronto, es si ese horizonte compartido sigue existiendo y si las discrepancias pactadas habituales en los gobiernos bicolor se han convertido, de repente, en irresolubles. En los propios protagonistas del vodevil por capítulos en que se ha convertido la otrora pacífica cohabitación entre jeltzales y socialistas se aprecia cierta perplejidad por los derroteros que van tomando los acontecimientos. Donde hubo una balsa de aceite con sacudidas puntuales y casi nunca públicas, ahora se levanta un ring permanente. Si ellos, los gobernantes, no aciertan a explicar qué pretenden, cabe imaginar el desconcierto de los gobernados, que se preguntarán, a buen seguro, a qué están jugando PNV y PSE-EE.
La respuesta varía según quién la dé. Para los socialistas, los jeltzales se acercan a los postulados del PP en política migratoria por razones electorales sin ser «conscientes» de que forman parte de un gobierno de coalición. «No pueden pasarnos por encima», advierten. También les achacan una supuesta estrategia de tinta de calamar al endosar a Andueza la responsabilidad del mal ambiente y negar discrepancias en el seno del Gobierno que, dicen, sí se producen. Para la pata peneuvista del Ejecutivo -que reconoce diferencias de opinión pero sin dramatismos-, el secretario general del PSE coquetea, temerario, con el abismo porque está «nervioso» por las malas perspectivas en las urnas de su partido.
En realidad, la cuestión es algo más profunda y va más allá del clásico reparto de papeles entre poli bueno y poli malo, en este caso un Gobierno (María Ubarretxena, Mikel Torres…) decidido a contemporizar y a poner el acento en lo que les une y unas cúpulas que han optado por el cuerpo a cuerpo. Tiene que ver, sí, con las urgencias electorales de ambos pero también con un cambio de rumbo estratégico que, en el caso del PNV, obedece también a una mudanza completa en su escaparate bicéfalo: Pradales por Urkullu y Esteban por Ortuzar. Unos cambios que se han traducido en un distanciamiento objetivo entre los socios y en un, digamos, empoderamiento del PNV para no quedar retratado como un actor sumiso a Pedro Sánchez. Eso se traduce también en la decisión meditada de no dejar pasar (cosas de Eneko, solía decir Ortuzar) las «provocaciones» del socio. Todo, para no quedar diluido frente al empuje de Bildu ni asimilado a las fuerzas de izquierda que sustentan al presidente del Gobierno.
Las motivaciones del PSE son algo menos evidentes, aunque es un hecho incontestable que la química de Andueza (reelegido con un respaldo casi unánime en febrero, no hay que olvidarlo) con los nuevos dirigentes, especialmente con Pradales, es escasa. Hay quien cree que pueden estar fabulando con un adelanto electoral en Madrid que se lleve por delante a un Sánchez cada vez más cercado por el universo Koldo-Ábalos-Cerdán y los frentes judiciales que afectan a su familia y quieran establecer un cortafuegos y volar solos como partido con oferta propia y diferenciada de gobierno. O que estén pensando en un cambio de agujas en la política de alianzas en 2027, no tanto para echarse en brazos de Otegi (esa vía no parece aún madura en Euskadi) pero sí para explorar a placer la geometría variable.
Sea como sea, mientras Sánchez siga en Moncloa y no haya opciones alternativas, ninguno de los dos está por la labor de romper el Gobierno o alberga, ni de lejos, la voluntad de hacerlo. Tampoco está claro que quisieran partir peras incluso aunque esas circunstancias cambiasen. Pero puede que, de tanto tensar la cuerda, los cimientos que sustentan su hasta ahora exitosa alianza se erosionen hasta resquebrajarse. Hay riesgo, hay peligro. Bildu lo sabe y empieza a chapotear, complacida, en el barro ajeno sin que amenace con salpicarle.