Luis Ventoso-ABC

  • Si hay ministros que rondan lo friki, tal vez la culpa sea de quien los ha nombrado

La primera decisión relevante de Sánchez al frente del PSOE llegó en mayo de 2015. Las elecciones municipales de aquel mes las ganó el PP, con el 27,4% de los votos; seguido por el PSOE, con el 25%. Cs obtuvo un 6,5% e IU, un 4,4%. Pero en lugar de dejar gobernar a los más votados en las diversas ciudades, Sánchez prefirió aplicar el rodillo sectario, el famoso cordón sanitario. Con tal de apartar al PP de las alcaldías, se las regaló a pequeños partidos de ultraizquierda de la órbita podemita, que no habían ganado. El resultado fue que importantes capitales quedaron en manos de neófitos, que desconocían los más básicos rudimentos de la administración (me han soplado la gloriosa anécdota de una intrépida concejala morada que llegó a preguntar a un funcionario municipal qué podía hacer para nacionalizar la energía). La tarea les quedaba muy ancha. Acabaron dando un recital de incompetencia, amén de impregnarlo todo con su obsesión por la ideología de género y un rancio anticlericalismo. Epítome de aquel dislate fueron doña Manuela en Madrid, cuya labor se limitó a ensanchar las aceras de la Gran Vía e impostar un mendaz buenismo, y Ada Colau, a la que todavía sufren los barceloneses. Recuerdo que La Coruña se paralizó por completo bajo la altiva Marea nacionalista, incapaz siquiera de limpiar las calles (se conoce que lo de barrer no es ‘progresista’).

Para poder formar Gobierno, Sánchez repitió la jugada. Se alió con Podemos, incumpliendo sus enfáticas promesas electorales, y aceptó como ministros a figurantes muy bisoños, obsesionados con su catecismo doctrinario. Tampoco les gustaba demasiado currar. Iglesias Turrión se destapó enseguida como un asombroso gandul. Otros solo aciertan cuando guardan silencio, como Alberto Garzón, que la ha liado con su extemporáneo alegato contra la carne, un misil para los intereses de los ganaderos y de toda la industria cárnica (amén del enésimo intento de la ultraizquierda de meter la zueca en la vida privada de las personas). El titular de Agricultura, Luis Planas, que probablemente es el mejor ministro de Sánchez y por eso podría acabar en Exteriores, le enmendó la plana de buena mañana a Garzón, tachando de «absolutamente fuera de lugar» sus declaraciones. Visto el revuelo que armó la garzonada, por la tarde incluso tuvo que terciar Sánchez, que lleva toda la semana dándose pote de jefe de Estado por las repúblicas bálticas mientras el Covid se despendola sin freno en España. «Donde me pongan un chuletón al punto… eso es imbatible», soltó Sánchez, a modo de desmarque y como caponcillo a Garzón. Pero ante ministros frikis, que torpedean a importantes industrias nacionales con su sectarismo y que en realidad no la rascan, se espera de un presidente algo más que pellizcos graciosetes. Debería cesarlos y elegir a gestores de un nivel acorde a lo que demanda un ministerio.

Si el Gobierno de Sánchez fuese un chuletón no diríamos precisamente que está «al punto». Está tan requemado que ya no lo camufla ni la salsa chimichurri de Iván Redondo.