Ignacio Camacho-ABC
- Sánchez pretende cumplir con el compromiso europeísta sin Presupuestos, sin socios, sin plan alternativo y sin mayoría
La víspera del debate de ayer, el Consejo de Ministros anunció a través de su portavoz que no piensa presentar los Presupuestos, como es su obligación constitucional, porque hacerlo sin apoyos sería perder el tiempo. Éste es el concepto sanchista del Congreso: una asamblea inútil que sólo sirve para convalidar las decisiones del Gobierno. Con ese principio declarado no tenía desde luego mucho sentido que el presidente acudiera a hablar del rearme europeo, al que ni siquiera llama por su nombre para que sus socios no le acusen de ardor bélico, cosa que de todas maneras hicieron. Así que al final la supuesta explicación resultó, en efecto, una pérdida de tiempo. Porque ni hay plan concreto ni trazas de haberlo.
Pedro acudió a la Cámara «chungo de papeles», como dijo un desahogado directivo de Canal Sur en el Parlamento de Andalucía durante los años del latifundio socialista. También estaba chungo de ideas, a juzgar por los tópicos que soltó –como el de «superar el bloqueo de la melancolía»–, y sobre todo de votos para respaldar un incremento de la inversión defensiva. Podría contar con los del PP, que junto a los suyos sumarían una amplísima mayoría, pero no está dispuesto a derribar el muro de polarización política sobre el que ha construido una precaria coalición negativa. Así que soltó un cuento que nadie creyó, el de subir el gasto militar –él dice «de seguridad»– sin aprobar los Presupuestos y sin recortar dinero de otras partidas, y anunció a sus señorías que se va a China, donde ya zascandilea Zapatero preparando la visita.
Eso sí, como de costumbre fue mucho más amable con los que boicotean el proyecto atlántico que con quienes lo respaldan. Da igual que en este caso la verdadera oposición no se siente enfrente sino a su lado, en su propia bancada; que una cuarta parte del Gabinete reclame la salida de la OTAN y arrastre los pies a la hora de condenar la invasión de Ucrania o que Rufián, en un arranque de nostalgia republicana, se declare dispuesto a ir en persona a una nueva guerra civil en España. Ésa es su gente de confianza. La que a pesar de todo le mantiene en el poder, aunque con las manos atadas, por el temor común a unas elecciones que puedan abrir paso a la alternancia.
La realidad es que no tiene plan, ni cálculo, ni calendario. Atropellado por la realidad, aún espera que Bruselas le allegue los fondos necesarios para cumplir el compromiso que ha refrendado, y se dedica a marear la perdiz mientras tanto. Tiene hasta junio, la cumbre de la OTAN en La Haya, de plazo para esperar el milagro de una deuda mancomunada o una nueva derrama Next Generation. Allí no le van a valer las excusas ni los engaños, porque hasta doña Ursula, y no digamos Rutte, se han quedado sin margen de maniobra ante el inesperado cambio de escenario. Y no va a poder engatusar a los asistentes con un recorrido por el Museo del Prado.