JORGE BUSTOS-EL MUNDO
El sanchismo es un abuso gradual de la paciencia que primero nos polariza para luego domesticarnos. Cada día estira un poquito más las costuras del traje del 78 para desfigurarlo sin romperlo aparentemente. Se trata de que los publicistas del rey desnudo puedan seguir diciendo que vamos vestidos de constitucionalistas, aunque en realidad ya no nos reconozca ni la madre que nos parió hace ahora 40 años, cuando el nacionalismo era un invitado más del juego y no el croupier que amenaza con volcar la mesa. Una moción de censura pactada con los autores políticos de una rebelión, la colonización hortera de cada nómina pública por el rasero del sectarismo, el aislamiento del Monarca constitucional, la mofa cínica del propio listón ético proclamado por un antiguo avatar de Pedro Sánchez, la asunción de la demagogia económica bolivariana en un plan de Presupuestos, el pasteleo zafio para acomodar las togas a los tiempos políticos… El pedrisco sanchista va cayendo semana tras semana sobre el sembrado institucional hasta que lo aceptemos como una maldición cósmica, inexorable.
Ahora bien. Algunos estrechos todavía no hemos dilatado el esfínter lo suficiente como para cumplir con el papel que se nos pide en esta sauna. Que Carmen Calvo, una catedrática de Cabra que confunde el latín con los dibujos animados, se compare con Cicerón es demasiado. Nadie como Calvo ilustra el atrevimiento de la ignorancia, pero si se atreve a tanto quizá no sea solo por la ridícula soberbia que le afeó Melisa Rodríguez, sino porque la oposición no se le está oponiendo como debería. Hablo con unos y con otros, charlo con compañeros que cubren PP y la impresión es unánime: el casadismo no cuaja. Bien por la corrupción del pasado, bien por la bisoñez del presente, el primer partido de España está trazando una deriva errática que desmiente su aún poderosa representación. Y eso no se soluciona con intervenciones altisonantes muy subidas de adjetivo. ¿De qué sirve que Emilio del Río –buen latinista, por cierto– cargue contra los infames manejos en la Abogacía del Estado de Dolores Delgado si su compañero Rafael Catalá acaba de blanquearla repartiéndose con ella los vocales del CGPJ? ¿Qué hacía Catalá con una corbata fucsia si debía llevarla negra por el luto debido a la decencia de su sigla? ¿Puede convencernos el PP de que no ha cedido la hegemonía judicial al PSOE a cambio de un control de daños en sus casos de corrupción, empezando por la protección pactada para un Mariano Rajoy que ha perdido el aforamiento?
Si la Fiscalía se rinde y el tribunal con ella, el juicio del 1-O del que depende una década de poder de sanchismo se antoja visto para sentencia… e indulto. Todos los Sánchez que hay dentro de Sánchez seguirán volando en Falcon con los Presupuestos de PP y Cs, con las urnas aplazadas sine die (como la vergüenza) y con su próxima investidura canjeada por indultos. Si Tardà llama fascista, machista, reaccionaria, franquista y quizá mourinhista a la Justicia, Sánchez musita a lo sumo que siente discrepar. Si el PNV le dice que la democracia española no existe, Sánchez lee un papel con unos datos y coge la puerta. Por cierto, bajo un abucheo que a un diputado podemita de los de pañuelo palestino le arrancó grandes aspavientos: «Vale que mi programa proponga convertir España en un estercolero caraqueño, pero yo con la mala educación es que no puedo», venía a decir. Su portavoz Belarra al menos hace oposición, aunque vertió sobre María Jesús Montero una tonelada de demagogia antibanca que la ministra encaja con la media sonrisa del gato satisfecho al que se le sale la pluma del canario por la comisura de la boca. Podemos hoy ya solo existe para nutrir el estómago electoral del sanchismo, que no es un estómago precisamente escrupuloso. ¿Cómo que hasta cuándo abusarán de nuestra paciencia? Hasta que nos hayan domado, Marco Tulio.