Gorka Maneiro-Vozpópuli

Los fastos postmortem no son sino una nueva estrategia política sacada de la chistera de las mentiras

La última y quizás única vez que brindé para celebrar un mal ajeno, y solo porque era un bien para el resto, fue cuando se produjo el encarcelamiento de la Mesa Nacional de Batasuna por su demostrada connivencia con ETA; imagínense la alegría que supuso ver entrar en prisión a algunos de los que justificaban los asesinatos de la banda terrorista, al menos para quienes nos tomábamos dichos asesinatos como ataques a cada uno de nosotros y a la sociedad entera, y contra los que nos movilizábamos pacíficamente al menos por dignidad incluso aunque pensáramos que fuera en vano. Ver entrar en el trullo a personajes de la calaña de Tasio Erkizia, Floren Aoiz, Jon Idígoras o Karmelo Landa, sin los cuales ETA no habría podido existir, fue motivo de alegría y expresión de justicia poética que no pude dejar de celebrar. Así que abrí una botella de champán y brindé con un familiar cercano para celebrar su justa entrada en prisión.

La democracia en España no nace con la muerte de Franco sino, en todo caso, con la celebración de las primeras elecciones democráticas en junio del 77 y, sobre todo, con la aprobación de la Constitución Española el 6 de diciembre de 1978

Sin embargo, no soy de los que se alegra por la muerte de nadie, y, por ejemplo, tampoco celebré el fallecimiento de ninguno de los dirigentes de Batasuna cuando les fue llegando la muerte por causas naturales. De hecho, ni siquiera celebré la muerte de los etarras que fallecieron al explotarles la bomba que manipulaban, aunque es obvio que tal circunstancia hizo que salvara su vida gente inocente, razón por la cual no celebré aunque seguro que me sentí liberado y algo más seguro. Y en Euskadi, las organizaciones pacifistas en las que milité no solo no convocaban actos políticos para celebrar su muerte sino que, incluso en esos casos, se convocaban actos para rechazar la violencia de ETA, con el significado entonces de que ni siquiera a ellos les convenía mantener el terrorismo, puesto que ellos mismos podían ser sus víctimas.

No me extraña que hubiera gente en España que, en 1975, brindara para celebrar el fallecimiento en la cama del dictador Franco, puesto que su existencia produjo víctimas y porque tal hecho posibilitaba que se dieran nuevos pasos a favor de la democracia; sin embargo, lo mejor que pudo hacerse contra Franco no fue brindar el día de su fallecimiento (o celebrar su muerte hoy, cincuenta años después de producirse) sino oponerse activamente a la dictadura franquista mientras Franco estuvo vivo, lo mismo que lo mejor que hicimos quienes luchábamos contra la banda no fue brindar cuando se encarceló a los dirigentes de Batasuna sino luchar activamente contra la dictadura de ETA cuando esta seguía vivita y coleando, razón por la que, por cierto, sus cachorros arrojaron tres cócteles molotov al domicilio de mis padres. Pero este hecho es irrelevante, ciertamente, habida cuenta que hubo muchos que tuvieron peor suerte y fueron asesinados por alzar la voz contra la mafia etarra.

Lo que debe hacerse es luchar contra los dictadores que hoy siguen vivos, como Maduro en Venezuela o Putin en Rusia, en lugar de hacerlo contra dictadores muertos que ya no suponen peligro alguno

No dudo de que la muerte de determinados dictadores y sátrapas responsables de crímenes horrendos a lo largo y ancho del mundo sea una buena noticia para que las sociedades que sufren su yugo puedan cuanto antes liberarse, pero otra cosa es que esa fecha deba convertirse en motivo de celebración política. Y otra cosa mucho peor es que, cincuenta años después de la muerte de Franco, Sánchez y el Gobierno de España pretendan convertir esa efeméride en arma arrojadiza contra sus adversarios, o manipular los hechos ocurridos para arrimar el ascua a su sardina y obtener rédito político incluso a costa de la convivencia entre españoles que ya se reconciliaron. Además, la democracia en España no nace con la muerte de Franco sino, en todo caso, con la celebración de las primeras elecciones democráticas en junio del 77 y, sobre todo, con la aprobación de la Constitución Española el 6 de diciembre de 1978, que además significó el cierre de una etapa negra de nuestra historia y el inicio de un periodo basado en el diálogo y la convivencia. Y ello fue posible gracias a quienes, desde dentro del régimen, hicieron lo posible para deshacerlo y, sobre todo, a quienes de verdad lucharon heroicamente contra la dictadura cuando esta existía.

Sin embargo, a veces da la sensación de que hay más antifranquistas ahora que durante el franquismo. Y lo que debe hacerse es luchar contra los dictadores que hoy siguen vivos, como Maduro en Venezuela o Putin en Rusia, en lugar de hacerlo contra dictadores muertos que ya no suponen peligro alguno. Pero a Sánchez le interesa organizar ahora los fastos que ha organizado para celebrar la muerte de Franco cien veces, en lugar de esperar dos o tres años para celebrar, todos unidos, el alumbramiento de la democracia. Además, ¿cuál de sus socios celebraría el 50 aniversario de la Constitución española? Efectivamente, ninguno.

Dividir a los españoles en dos bandos y salvarse a sí mismo, aun a costa de la inmensa mayoría de los españoles, deseosos de seguir conviviendo unidos y en democracia

Con los aquelarres de su «España en libertad», Sánchez no quiere perfeccionar la democracia o mejorar la convivencia sino dividir a los españoles en dos bandos y salvarse a sí mismo, aun a costa de la inmensa mayoría de los españoles, deseosos de seguir conviviendo unidos y en democracia. Los fastos postmortem no son sino una nueva estrategia política sacada de la chistera de las mentiras del presidente que con más ahínco ha debilitado nuestra democracia y perjudicado la convivencia entre españoles: o sea, taza y media sanchista para obtener ventajas políticas a través de una nueva farsa que desvíe la atención de su falta de apoyos políticos y de la corrupción que lo acorrala. Que no nos engañe. Tal como expresa el manifiesto «Contra Franco» recientemente hecho público, la Constitución Española es la única celebración posible; casualmente, el texto legal que unió a los españoles y garantiza la democracia y que rechazan todos los socios de Sánchez.