Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
Si en algo tiene razón el presidente Pedro Sánchez cuando asegura que España va como un cohete es en lo referido al empleo. Mes tras mes, sin desmayo, las cifras de cotizantes suman nuevos récords y las del paro descienden poco a poco desde las alturas tradicionales. Es cierto también que las cifras absolutas esconden situaciones relativas menos favorables, como el número de horas trabajadas que sorprendentemente arrastran los pies detrás de los afiliados, el misterio, ya casi desvelado, de la gran cantidad de fijos discontinuos que pueblan los datos o las vergonzantes comparaciones con las situaciones de nuestros colegas europeos. Pero es cierto que el empleo va bien o al menos es evidente que va mucho mejor de lo que iba hace un par de años tras la pandemia. Admitida esta situación y felicitándonos por ella podríamos debatir un poco sobre las razones de tal comportamiento y el modelo al que nos dirigimos.
Parece claro que el consumo es quien tira del carro y, dentro de él, el imparable auge del turismo que proporciona el combustible necesario para que el cohete surque los cielos. ¿Es eso malo? Yo creo que no. Todo es bueno para el convento y el turismo es un capítulo tan noble y digno como cualquier otro. Así como los emiratíes tiene petróleo, los chinos coches eléctricos y los californianos tecnología, nosotros tenemos sol y playas, además de mucha seguridad en las calles, arte y cultura inigualables y buenas comunicaciones. Cada uno explota lo que tiene. ¿Sería mejor disponer de un Silicon Valley en lugar de una playa como La Barrosa? Pues es posible, pero como no tenemos algo similar a lo primero, bienvenido sea lo segundo.
Tampoco me olvido de que el turismo, además de empujar al empleo y aportar rentas generadas en el país de los turistas y gastadas en el nuestro, causa problemas e incomodidades. Atasca los aeropuertos, colapsa las ciudades, abarrota los monumentos, inunda hoteles y restaurantes y coloca veinte cabezas entre la suya y el cuadro que desea ver en el Museo del Prado.
Salvando todas las distancias que sean necesarias, en España con el turismo nos pasa lo mismo que con la inmigración. Ambos nos son imprescindibles y los dos necesitan regulación para evitar que los problemas que crean deriven en oposición social y oscurezcan el saldo positivo entre sus indudables beneficios y sus inevitables complicaciones. Cien millones de turistas son muchos millones. El empleo lo nota.