Uno de los «100 talentos, personas de élite» que Ibarretxe prometió rescatar de «empresas y universidades del exterior» ha logrado que «casi 400 sacerdotes vascos» se ofrezcan como «mediadores para impulsar el proceso de paz». Sabiendo que son parte de parte y ya tienen la solución, es como nombrar al lobo para que medie entre Caperucita Roja y su abuela.
Cuando pasen los años se apreciará en su excelsa medida una de las jornadas decisivas que nos han tocado en suerte desde que esto cogió breada histórica. Es de las que trasformarán para siempre, irremisiblemente, el destino de Euskal Herria. Pasó en su día casi inadvertido, pero los efectos del suceso se extenderán como una carambola infinita. Fue el 24 de noviembre de 2005. Se celebraba el IV Simposio sobre la Cultura Económica Vasca cuando el lehendakari lo desveló. Contó el propósito de su Gobierno: «Rescatar a 100 talentos, personas de la élite» y traerlos de vuelta a casa para otro arreón. No dio la lista de estos cien talentos vascos, dónde estarán, pero sí especificó que desarrollan sus proyectos en «empresas y universidades del exterior». Quizás se resienta el exterior por la pérdida de los talentos vascos, pero algún costo ha de tener el progreso patrio. No podemos dilapidar nuestro capital humano sólo para que el resto del mundo viva mejor. También tendrían que hacer su esfuerzo, que no todo cargue sobre nosotros los vascos. Quedó muy claro: «El desarrollo del programa para la recuperación de cerebros» tendrá «un efecto multiplicador».
Cuando se publicitó este proyecto no estábamos de elecciones, época en la que la gente suele dar por buena alguna exageración, incluso la prefiere, pues gusta más votar un paraíso que moderados propósitos de enmienda. Hay que pensar, por tanto, que la promesa esperanzadora no era un brindis al sol electoral, sino un serio designio de futuro, pues el lehendakari no puede engañarse ni engañarnos. Cabe deducir que ya están llegando los cien talentos, no van a dejarlo todo para el último día. Han pasado 17 meses del anuncio, por lo que habrán repatriado ya 36 cerebros -tocan a dos al mes y uno de propina por Navidad-. Seguramente los traen en secreto, para darnos una buena sorpresa en un momento dado y, sobre todo, para que no se alarmen los españoles, que, envidiosos como siempre, les daría rabia y algo harían vía Cupo para fastidiarnos la idea, o, peor, copiarla. Estarán llegando en los dobles fondos de los trenes de Eusko Trenbideak, disfrazados de turistas suecos o de gringos para ver el Guggenheim o el árbol de Gernika, como hinchas futbolísticos que van a Anoeta o a San Mamés ataviados del Real Madrid (así nadie sospechará), los desembarcarán por las noches en las playas de ondarreta, Zarautz o Karraspio desde pesqueros que los habrán recogido en las costas de Bretaña o en los arrecifes de las Azores, y no faltarán los que vestidos de alpinistas crucen reptando las altas cumbres del Pirineo o los que buceen por la noche el Bidasoa.
Van llegando los cerebros vascos de la diáspora y les estarán colocando de forma discreta en los lugares estratégicos. Aún no ha llegado ningún talento vasco exterior dedicado al fútbol, y así nos va en la materia, pero se está dejando notar ya la presencia de esos 36 cerebros en las cuestiones cruciales. A uno le han debido encargar la colocación de pasarelas en la autopista, y fíjense la que ha montado en un plis plas, qué efecto multiplicador, el mayor atasco de nuestra historia, una hazaña que parecía imposible. Todos los telediarios -¡incluso los españoles!- se han hecho lenguas por el magno acontecimiento y por fin Euskal Herria ha conseguido salir en los medios de comunicación por asuntos no relacionados con la violencia ni con El Proceso, para que vean que aquí también sufrimos (y a lo bestia) los agobios de cada día, no sólo pensamos en Arnaldo el Hermoso.
Son hipersensibles los talentos vascos recién llegados. Está el genio que colocaron (discretamente) en la Diputación de Vizcaya, pilló al vuelo el problema y cerró el comedero de buitres de Karrantza. Se dio cuenta de que hay mucho buitre vasco, en lo que está de acuerdo la ciudadanía, y que cuesta alimentarles, pues son bichos de gran hambre. También influyó otra cuestión. «No estamos dispuestos a soportar a todos los buitres de Araba, Burgos y Cantabria»; con los nuestros, de sobra. El Gran Talento Vasco se ha percatado de que el buitre, que va a lo suyo, come en Karrantza, pero luego vuela al día en un radio de 80 kilómetros a la redonda y lo mismo se va a Cantabria que a Castilla. Los buitres no tienen conciencia de identidad y a lo tonto estábamos alimentando a buitres maketos, que vienen aquí sólo a comer. Tanta cara no puede ser.
A un talento le han colocado para el tren de alta velocidad, que aquí no se llama AVE (Alta Velocidad Española), sólo faltaba, sino TAV -propongo que se diga como en México, «tren bala», concepto bien arraigado en mentes vascas-. Piensa que la alta velocidad es represora de todo lo vasco y propone un «tren social», con líneas entre las distintas comarcas -para que se pueda ir a toda marcha de Amoroto a Ataun o a Bermeo- y seguramente por túnel, sin teñir paisajes.
Otro talento está consiguiendo también un gran efecto multiplicador, el infiltrado entre los curas -quizás lo han traído de una misión del Tercer Mundo y aquí se siente en casa-. Ha logrado en un santiamén que «casi 400 sacerdotes vascos» de las diócesis de Bayona, Bilbao, Pamplona-Tudela, San Sebastián y Vitoria (Euskal Herria entera, sólo falta la euskodiócesis de la diáspora, aún nonata, todo se andará) se ofrezcan como «mediadores para impulsar el proceso de paz». Teniendo en cuenta que son parte de parte y ya tienen la solución -condenar a los infiernos a quienes discrepen de su nacionalismo rancio y radical-, pensarlos de mediadores es como nombrar al lobo para que medie entre Caperucita Roja y su abuela. O, hace 70 años, encargarle a Franco que pusiese orden entre la izquierda y la Falange.
Los talentos vascos que retornan discretamente hacen bien su trabajo, con efectos multiplicadores de sus gestas. Única pega: nuevos en la plaza, todavía no le han cogido el punto y pecan de alguna desmesura. Seguirán actuando, estén atentos.
Manuel Montero, EL PAÍS, 23/4/2007