EL CORREO 09/12/12
El martes se cumplen 25 años del atentado de ETA contra la casa cuartel de la Guardia Civil en la capital aragonesa, que causó 11 muertos, la mitad niños, y 88 heridos.
«Fui consciente de lo que iba a ocurrir al ver salir humo del coche-bomba. Me resigné a morir», evoca Grasa «Cuando intenté regresar al lugar del atentado me dio un ataque de ansiedad; no volví», reconoce Alcaraz.
BILBAO. 11 de diciembre de 1987. Son las seis de la mañana y Zaragoza permanece dormida. Un vehículo se detiene «a dos metros» de la verja que da acceso al cuartel de la Guardia Civil. «Perdone, pero ahí no se puede parar», le indican dos agentes desde el interior del recinto. Una persona se baja del ‘Renault 18’ y «echa a correr». De repente, empieza a salir humo del coche. «¡Es una bomba!», advierten. Pascual Grasa persigue al conductor, que se sube a otro vehículo y logra escapar. Su compañero, Jesús Cisneros, intenta avisar al equipo de desactivación de explosivos. «No dio tiempo», evoca Pascual.
El coche, cargado con 250 kilos de amonal, hace explosión, derribando de forma instantánea los cuatro pisos del edificio. En el cuartel vivían cuarenta familias de guardia civiles. En total, 180 personas, así como unos cuarenta estudiantes procedentes de toda España, algunos de los cuales preparaban su ingreso en la Academia. ETA perpetró una nueva masacre tan solo seis meses después del brutal atentado contra Hipercor, en Barcelona, donde perecieron 21 ciudadanos. La banda acabó aquel 11 de diciembre –el martes se cumplen 25 años– con la vida de once personas: tres agentes y ocho civiles, cinco de ellas niñas de entre 3 y 14 años. Otras 88 resultaron heridas.
«Fue una acción muy calculada y muy cruel; fueron a matar y no tuvieron compasión de nadie», describe Pascual Grasa. Tenía 32 años cuando la organización terrorista le dejó marcado para siempre. La onda expansiva le lanzó «a quince metros». Quedó inconsciente. Las dos piernas fracturadas y múltiples heridas de metralla, que le llevaron a pasar por diferentes inter venciones quirúrgicas. Hace apenas dos años le retiraron parte de la metralla del pómulo derecho.
«Fui consciente de lo que iba a ocurrir y me resigné a morir», reconoce al echar la vista atrás. Pascual sobrevivió al atentado, aunque con importantes secuelas físicas y psicológicas. «Tuve que volver a aprender a andar». Durante mucho tiempo se sobresaltaba cuando caminaba junto a un coche que está mal aparcado. «Me tenía que decir: ‘Pasa, que no va a volver a ocurrir’», relata. «Lo primero que te viene a la mente es ese pánico». Como consecuencia de la acción terrorista, le tramitaron un expediente en el que le declararon «retirado». «Ya no era útil para el puesto; me dio tanta pena…», afirma.
Pascual se enteró en el hospital de la magnitud del atentado. «Me quedé frío». Tres de sus compañeros perecieron bajo los escombros. «En un principio no me lo creía, pensaba que volvería a verlos, pero no fue así», comparte. Grasa se implicó en prestar a apoyo a las víctimas del terrorismo y en la actualidad es vocal de la AVT. Ante el cese decretado por ETA lo tiene claro. «Quiero la paz, pero no que el terrorismo quede como un mal menor. No puede haber impunidad ni se debe camuflar el daño causado», sostiene.
El responsable de la masacre de Zaragoza fue el comando Argala, un grupo itinerante compuesto por ciudadanos franceses que regresaban al país galo tras cometer los atentados. Se mantuvo activo entre 1978 y 1990.
‘Josu Ternera’, el inductor
La dirección de ETA, que en aquel momento ostentaba el colectivo Artapalo, estaba formada por Francisco Mujika Garmendia, ‘Pakito’; Joseba Arregi Erostarbe, ‘Fitipaldi’, y Josu Urrutikoetxea Bengoetxea, ‘Josu Ternera’. La orden de colocar el coche bomba en la casa cuartel de la capital aragonesa llegó de la mano de este último. Mientras que la ejecución corrió a cargo de Henri Parot, su hermano Jean Parot, Jacques Esnal y Frederic Harambourne. Tanto los autores intelectuales como los materiales fueron detenidos y sentenciados, en Francia y en España, a penas que oscilan entre los más de 2.000 años de prisión y la cadena perpetua. Todos ellos, menos ‘Josu Ternera’. «Yo fui al juicio –señala Pascual–.
EL CORREO 09/12/12