IGNACIO CAMACHO-ABC

A Rajoy le gustan los colaboradores con aire de funcionario. Que «se sepan los temas» y tengan perfil político bajo

AMariano Rajoy le conocen poco los suyos, y no será porque él no se deja: si algo tiene bien perfilado es un estilo construido en varias décadas de carrera. Era evidente, y además lo había anunciado, que el obligado relevo de Luis de Guindos lo iba a resolver con un mero recambio, un retoque puntual de sustitución de piezas, pese a lo cual muchos dirigentes del PP aún esperaban que al final procediese a agitar el amuermado Gabinete con una remodelación más compleja. Pero el presidente, por defecto o por virtud, ofrece muy poco margen a la sorpresa. Está cómodo en la inercia, le gusta la rutina y no se siente apremiado por ninguna urgencia; ha entrado en ese estado cesáreo del poder en que un gobernante disfruta manejando a su antojo la ansiedad ajena. A los que deseaban un giro más político –lo que quiera que eso signifique– les ha respondido a su manera, nombrando ministro a un funcionario de alta cualificación técnica. Y para rematar la faena ha argumentado su decisión, como si necesitara hacerlo, en que el elegido habla inglés «y se sabe los temas», expresión que en el pedregoso lenguaje presidencial significa que conoce los entresijos de la eurocracia bruselesa. Ésa es su receta contra el desasosiego de las encuestas: cachaza, parsimonia, indiferencia. Cintura de madera.

Para bien o para mal, el presidente ha escogido su camino. Puro marianismo: gestión antes que comunicación, economía antes que política, Gobierno antes que partido. No cree en nada de eso de la empatía emocional o del pulso de la opinión pública: le parece un capricho, una matraca volátil, una trivialidad posmoderna, una vaina demagógica del populismo. El vértigo que sacude a su gente, estremecida por el declive demoscópico, no le va a romper el ritmo. Ha vuelto a apostarlo todo a la recuperación, al crecimiento, y está dispuesto a seguir su línea aunque resulte –que lo resulta– cansino; irá hasta el final con esa estrategia unívoca de cuya eficacia está, con razón o sin ella, plenamente convencido. A estas alturas es demasiado tarde para que cambie de método o deje de ser fiel a sí mismo.

Román Escolano representa el tipo de colaborador que más le agrada: un hombre de contrastada competencia profesional, placeado en Europa, en la banca privada y en la Administración del Estado. Un negociador de perfil bajo, versado en el aparato burocrático, con vocación de servicio pero sin ambición de liderazgo. Refractario al relumbrón y al ambiente conspirativo, esa clase de gestores mucho más acostumbrados al silencio de los despachos que al trajín del primer plano. Y se expresa en fluido inglés, detalle que para la generación de Rajoy equivale a un doctorado. La política propiamente dicha puede y tendrá que esperar: al presidente, que al fin y al cabo tiene mentalidad de opositor aplicado, le basta con que los miembros de su Gabinete se sepan el temario.