Imaginemos, como dice Jorge Bustos, que gobierna el PP en España. Imaginemos que el Gobierno, presidido por José María Aznar, autoriza una manifestación en Colón en defensa de la familia. Imaginemos que al día siguiente se reconoce una escalada exponencial de contagios por coronavirus. Imaginemos que la Comunidad de Madrid, gobernada por el PSOE, cierra los colegios y las universidades.
Imaginemos que en la manifestación en defensa de la familia, de la que se ha echado a escupitajos a los diputados del PSOE, los ministros del PP aparecen con guantes de plástico mientras afirman que no existe ningún peligro. Imaginemos que en la manifestación se corean lemas como «el coronavirus no importa, más mataba ETA«.
Imaginemos que Federico Jiménez Losantos hace unas declaraciones en las que califica a los españoles de «infantiles» por su miedo al coronavirus. Imaginemos que Inés Arrimadas, socia del Gobierno, se burla de los que le piden información sobre la epidemia diciendo que «en las portadas y en las tertulias, el coronavirus corre desbocado y es una peligrosa pandemia que causa pavor; en el mundo real, el coronavirus está absolutamente controlado en España«.
Imaginemos que Bertín Osborne aparece en televisión calificando de «gripe nueva» al coronavirus, siguiendo las consignas de un Gobierno que pretende restarle importancia a la epidemia. Imaginemos que Carlos Herrera, con cientos de muertos diarios por el virus en China, Italia, Irán y otros países, dice en televisión que esta «gripe» no es algo de lo que nos tengamos que preocupar: «Con ibuprofeno se pasa la semana de enfermedad fenomenal«.
Imaginemos que el funcionario designado por Aznar para gestionar la epidemia aparece en televisión afirmando que España no va a tener «más allá de algún caso diagnosticado». Imaginemos que sólo una semana después, España cuenta ya con mil quinientos contagiados y treinta y cinco muertos.
Imaginemos que el personal de la Sanidad pública que es entrevistado por la prensa coincide en señalar que no existe un protocolo de actuación único en toda España, que no se están realizando todos los test que se deberían realizar, que se está robando material médico como mascarillas y gel desinfectante, que se está enviando a su casa a gente con síntomas evidentes de infección y que las cifras reales de contagios son muy superiores a las proporcionadas por el Gobierno.
Imaginemos que un congreso tecnológico de prestigio internacional decide cancelar el evento por las escasas garantías dadas por el Gobierno central. Imaginemos que la vicepresidenta Isabel Díaz Ayuso afirma que la renuncia de los organizadores no se debe al coronavirus sino a «otras razones». Razones que no concreta, pero que sirven para quitarse de encima la responsabilidad por el desastre económico derivado de la cancelación del congreso.
Imaginemos que el ministro de Sanidad, un licenciado en filología hispánica de La Coruña que aterrizó en el cargo cuando Alberto Núñez Feijóo exigió su cuota gallega en el Consejo de Ministros, aparece en televisión batallando con el español y diciendo no saber cuántos tests se han hecho en España.
Imaginemos que EL ESPAÑOL aprovecha el caos generado para arremeter contra la Comunidad de Madrid por la saturación de los hospitales provocada por la inacción del Gobierno de José María Aznar. Imaginemos que la comunidad de Murcia, gobernada por Vox, oculta las cifras de contagios y ofrece datos flagrantemente falsos que impiden adoptar medidas eficaces y realistas para la contención de la epidemia.
Imaginemos que Rafael Hernando aparece en televisión sin anunciar una sola medida, pero afirmando que los españoles deberíamos estar contentos de tener al frente del país a alguien tan capaz como José María Aznar.
Imaginemos que mientras otros países establecen cuarentenas, sellan sus fronteras, suspenden clases y ordenan a sus ciudadanos trabajar desde casa, la mayor preocupación de los periodistas de la caverna es una leve crítica de Carmen Calvo a OK Diario.
Imaginemos que tres meses después del estallido de la epidemia, y con las cifras de muertos y de contagiados superando la más catastrófica de las previsiones realizadas por el propio Gobierno, este anuncia que se dispone a preparar un plan para lidiar con el problema. Imaginemos que al día siguiente el Gobierno dice que el plan está hecho hace semanas.
Imaginemos que el Gobierno de José María Aznar oculta las cifras de contagios y la gravedad de la epidemia durante varios días para no verse obligado a suspender su preciada manifestación. Imaginemos que el lunes después de esta afirma que los casos se dispararon «precisamente» el domingo por la noche.
Imaginemos que con la Bolsa en caída libre y la economía en grave riesgo, el PP renuncia a adoptar ninguna medida económica de calado mientras el PSOE presenta un plan de diez puntos de puro sentido común. Imaginemos que los gobiernos municipales del PP deciden mantener las convocatorias de fiestas populares de todo tipo y que incluso siguen organizando eventos multitudinarios para ancianos.
Imaginemos que El País publica un artículo en el que se afirma que el motivo por el que José María Aznar decidió no adoptar ninguna medida contra el coronavirus fue porque eso habría mermado la popularidad de su Gobierno. Imaginemos que Aznar se graba un vídeo promocional al más puro estilo del NO-DO en el que se le puede ver presidiendo una reunión –de la que no brota ninguna medida concreta– mientras suena de fondo el saxofón de Kenny G.
Imaginemos que, en medio del caos, Aznar anuncia que antes de tomar medidas debe reunirse con Florentino Pérez. Imaginemos que meses después de conocerse la existencia del virus, el Gobierno no ha realizado aún un simple protocolo de actuación para que los ciudadanos españoles sepan a qué atenerse o cómo actuar.
Imaginemos que en la prensa internacional se empieza a hablar de la «vergonzosa» y «tardía» gestión de la epidemia realizada por el Gobierno del PP. Que en medios de todo el mundo aparecen fotos de la manifestación en defensa de la familia encabezada por los ministros de su Gobierno entre acusaciones de irresponsabilidad e incompetencia. Que las embajadas de nuestros países vecinos se quejan al Gobierno por la muy deficiente gestión de una epidemia que está poniendo en riesgo a sus propios ciudadanos.
Imaginemos que mientras los presidentes y primeros ministros de otros países comparecen casi a diario frente a sus ciudadanos para dar cuenta de la evolución de la epidemia, José María Aznar desaparece y delega en sus subordinados para que la crisis no le manche en lo más mínimo.
Por supuesto, no hace falta imaginar, porque esa es la España actual. Sólo que no gobierna el PP de José María Aznar, sino el PSOE de Pedro Sánchez. Así que todo bien. Circulen y tósanse en el codo.