Luisa Etxenike, EL PAÍS, 16/1/12
«Coja un círculo -escribió Ionesco-, acarícielo, y se convertirá en un círculo vicioso». Creo que la imagen de un círculo girando siempre alrededor del mismo eje o tema representa muy bien la realidad y/o las inclinaciones de nuestro debate público. Y por eso me parece tan oportuno aquí Ionesco, cuyo corrosivo humor pone el dedo en la llaga de las «caricias» de cada cual, esto eso, de cómo se contribuye a la instalación de circularidades viciadas.
Después de cincuenta años de terrorismo – que se escribe pronto pero significan innumerables tragedias o pérdidas: personales y sociales, materiales y morales, económicas y creativas- después de cincuenta años de terrorismo ¿no tendría que ser nuestro debate público ambicioso y ancho?, ¿que orientarse en múltiples vías y sentidos; que componer una imagen lo más contraria posible a la de un círculo encerrado en sí mismo? ¿No tendría que reflejar por la libertad de sus planteamientos, la libertad por fin recuperada? Yo creo que sí, que en este momento excepcional nuestro debate público-político tendría que estar ocupado en una pluralidad de análisis e interrogaciones fundamentales: cómo ha afectado, por ejemplo, el terrorismo al tejido social y de convivencia; o a nociones tan básicas del ejercicio democrático como la libertad y/o naturalidad de expresión o la ocupación del espacio público. O cómo se deshace una sociedad del miedo y sus retraimientos; cómo recupera espacios de desenvoltura y confianza.
O en cómo devolver al respeto por las reglas del juego democrático a quienes las han desafiado durante tanto tiempo (basta con ver la colocación extralimitada de la propaganda en apoyo de Amaiur durante las pasadas elecciones para medir la tarea de democratización aún pendiente). Tendríamos que estar debatiendo también sobre cómo transmitir a las generaciones futuras lo sucedido, y elaborando para ello, abiertamente, materiales didácticos. Y buscando mecanismos para recuperar todo el talento perdido o deslocalizado en estos años. Y para alentar la investigación histórica y la creación artística. Y naturalmente tendría que estar ocupado nuestro debate público en determinar cuáles son las formas que debe adoptar el reconocimiento a las víctimas del terrorismo: el de la sociedad vasca como conjunto; pero también y sobre todo el que deben asumir los victimarios y quienes les han apoyado durante decenios.
Y sin embargo de todo lo anterior se habla poco o nada. De lo que sí se habla y en extenso es de los derechos de los presos. Tras cincuenta años de terrorismo, la situación penitenciara de los terroristas es lo que centra ahora el discurso público, mientras otras muchas cuestiones esenciales no se abordan. No puedo dejar de lamentarlo; y que este debate monotemático reciba caricias de casi todas partes y se esté convirtiendo así, en un momento en que lo que se necesitan son aperturas intelectuales y refundaciones morales, en un cerrado círculo vicioso.
Luisa Etxenike, EL PAÍS, 16/1/12