Luis Ventoso-ABC

  • La magnitud de los cambios refleja que sabía que iba rumbo a perder las elecciones

Para entender la remodelación hay que empezar por la psique narcisista del remodelador. El único principio del sanchismo es que Sánchez conserve el poder. Por eso la palabra dada es calderilla y la amoralidad táctica más desinhibida se convirtió en patrón de acción. En los últimos meses, Sánchez está de capa caída por haber intentado hacer aquello que Lincoln ya advirtió que es imposible: querer engañar a todo el mundo todo el tiempo. Era consciente de que iba rumbo a ser derrotado por Casado (falta mucho tiempo, pero si exceptuamos al ‘hooligan’ Tezanos, no hay hoy sondeo que dé ganador al PSOE). La propaganda funciona. Pero al final los españoles tampoco se chupan el dedo: saben que la gestión de la pandemia ha sido una chapuza y los indultos, una arbitrariedad contra la mayoría social. Sánchez ha optado por la cirugía de hierro para intentar salir de su pozo. Ha girado al centro, promocionando a lo más alto a Calviño, con lo que envía de paso un guiño de cordura a Europa, y a Bolaños, también del sector cabal. Y ha tirado a la papelera sin contemplaciones a Iván Redondo, que al final, con toda su leyenda y su rol de vicepresidente de facto, no dejaba de ser un gurú de pago con una sola misión: ganar elecciones. Al no ofrecer aquello por lo que cobraba, Sánchez, un ‘killer’ de la política, lo ha liquidado. Repetir los comicios en 2019 para empeorar los resultados del PSOE fue el primer error del gurú. Más tarde, la operación Illa Maravilla salió ni fu ni fa. Por último llegó la gran cagada del planazo con Cs para robar al PP su poder autonómico. Acabó con la victoria de Ayuso, que irritó a Sánchez y encendió sus alarmas, pues mostró al público que es posible darle un repaso al PSOE en las urnas.

Los relevos muestran poca cantera. Algunas de las nuevas ministras saltan de alcaldías menores a ministerios que les quedan grandes, o lejanos. Vender la juventud como un valor supremo es una tontería cosmética (Biden tiene 78 tacos y Xi, 68). Se visualiza también que hay dos gobiernos: a los de Podemos ni tocarlos, ni siquiera a Chuletón Garzón. Caen ministros chamuscados. Ábalos, que perdió la cuenta de sus trolas en el caso Delcy (amén de la gamberrada berlanguiana de su escolta con sobres de billetes). Calvo, que encarnaba un sectarismo hosco, antipático, y a la que Sánchez dejó vendida frente a Irene Montero para comprar un poco de paz con las nuevas lideresas de Podemos. Laya, una peso pluma que no dio una. Interesante que rebaje al nacionalista catalán Iceta a Cultura y eche al ministro de Justicia que pandó con el marrón de los indultos. Ojo: Sánchez es un maniobrero supremo, al que todo le da casi igual, sabe que la mesa con los catalanes es una quimera y si es menester llegará a las puertas de las elecciones de 2023 envuelto en la bandera española y enfrentándose al separatismo. Pero arrastra un problema: ¿se creerían los votantes esa enésima metamorfosis?

Si Sánchez salva las elecciones no será por esta remodelación, sino por el repunte de la economía y un giro drástico en Cataluña.