Cita en Samarcanda

IGNACIO CAMACHO – ABC – 02/01/17

Ignacio Camacho
Ignacio Camacho

· Vamos a vivir bajo la rutina del miedo. Sin dogmas en teología de la seguridad es necesaria una ética de la resistencia.

Se la esperaba en París, en Madrid, en Colonia, y apareció en Estambul a la misma hora. Como en el cuento persa de la cita en Samarcanda, la muerte tenía su propia agenda, su propio programa. El pensamiento etnocéntrico respira con cierto alivio porque la Nochevieja superó el desafío terrorista en una Europa blindada. Turquía está ahí al lado pero nos pilla mentalmente lejos; no forma parte de nuestra comunidad emocional directa y es un país inestable y conflictivo, una nación convulsa envuelta en una perpetua amenaza.

Sin embargo, el atentado de Estambul dibuja la perspectiva del Año Nuevo con el perfil sombrío de un peligro global: el del terror como rutina. Los alegres celebrantes de la Puerta del Sol o de los Campos Elíseos fingían ignorar el despliegue armado que protegía su jolgorio. Las baterías de macetones de hormigón dispuestas en zigzag como en el barrio de las embajadas de Bagdad. La desconfianza ante el sonido de los petardos. Los discretos controles de camiones y furgonetas en las grandes almendras urbanas. La presencia disuasoria (?) en las calles de decenas de patrulleros y cientos de guardias. La falsa normalidad de una noche de fiesta en libertad vigilada.

Así vamos a vivir: bajo la costumbre del miedo. Entregados a una cultura de la protección que al final se revela inútil cuando un tipo se planta con un fusil de asalto en la puerta de una discoteca abarrotada. Nunca donde ni cuando se le espera porque la terrible ventaja del terrorismo islamista consiste en que su elección de víctimas es aleatoria, contingente, indiscriminada. La defensa preventiva, la de los servicios de información, está activada al máximo nivel pero tiene obvios límites de eficacia. Se trata de un reto de seguridad pero también de psicología civil, de consistencia moral: el confort de la sociedad del riesgo cero ya no existe y nos toca habituarnos a la certeza potencial de una guerra no declarada.

El peligro no está sólo en la vulnerabilidad de nuestro modo de vida, sino en la endeblez de la cohesión social. La sacudida terrorista no sólo puede matar a mucha gente: está en condiciones de destruir el fragilísimo tejido de la convivencia. El miedo siembra dudas, quiebra conciencias, organiza histéricos exorcismos colectivos. Sucedió una vez aquí, cuando aquellos fatídicos trenes de marzo cambiaron la Historia de España, y ha empezado a ocurrir –oportunismos desaprensivos, soflamas ventajistas– en Francia o en Alemania.

Cuando la teología de la seguridad carece de dogmas se hace imprescindible una ética de la resistencia. Sin ella, el shock del terror se multiplica en fatales estados de ansiedad. Hoy por hoy no la tenemos porque el tabú de la alarma se impone sobre la necesidad pedagógica. Pero ninguna agenda pública honesta puede ocultar la verdad: el objetivo del año es sobrevivir y hay que empezar a familiarizarse con la zozobra.

IGNACIO CAMACHO – ABC – 02/01/17