PEDRO GARCÍA CUARTANGO-ABC

  • Dragó vivió múltiples existencias en una, apuró frenéticamente su tiempo y fue un ser libre, en permanente rebeldía contra todo

Estaba sentado en el banco de un parque cuando me llegó el mensaje de la muerte de Fernando Sánchez Dragó. Ayer hizo un día esplendoroso y la luz solar se filtraba a través de los árboles. La Naturaleza florecía a mi alrededor, mientras unos niños jugaban en unos columpios. Tuve una impresión de irrealidad porque esperaba encontrarle hoy en el homenaje a Garci en la sede de Telefónica. Y había visto hacía algunas horas un tuit en el que Fernando aparecía con su gato en su casa de Castilfrío.

Son demasiados amigos, familiares y compañeros que han desaparecido a mi alrededor desde la maldita pandemia. Algo inevitable cuando se está a punto de cumplir 68 años. La muerte se ha tornado en un visitante habitual en mi vida.

Fernando siempre fue una persona polémica, pero los que le conocimos y trabajamos con él apreciábamos su inteligencia y su nobleza. Era un excéntrico, pero también alguien que poseía una cultura enciclopédica y una mirada original sobre la realidad. Y un trabajador infatigable y disciplinado, algo por lo que no se le valoró nunca. ‘Gárgoris y Habidis’, su mejor libro, es una obra monumental.

Era imposible cuando hablaba discernir lo que era producto de su experiencia o de su imaginación. Pero daba gusto oír los relatos de sus viajes que parecían tan fantásticos como los de Marco Polo. Una vez le escuché decir que su patria eran sus zapatos. Fue un conversador ameno e infatigable, siempre huésped generoso de sus amigos.

Al enterarme de su fallecimiento, lo primero que pensé es si había sido consciente en sus últimas horas de que había llegado al término del camino. Todo indica que no. El final nos sorprende cuando menos lo esperamos. Me vino a la cabeza el cuento oriental del sirviente que, al toparse con la Parca en un mercado de Bagdad, huye a Samarra a caballo para ocultarse. El amo se encuentra a la Muerte en el zoco y pregunta: «¿Por qué amenazaste a mi criado esta mañana?». A lo que respondió: «No era un gesto de amenaza sino de sorpresa porque tengo una cita con él hoy en Samarra».

Apuntaba Cioran que toda acción es esencialmente inútil y que la existencia humana es una absurda agitación frente a la muerte, el único acto que tiene sentido. Pero eso no es verdad. Hay muchas formas de vivir y de morir. Fernando vivió múltiples existencias en una, apuró frenéticamente su tiempo y fue un ser libre, en permanente rebeldía contra todo. A sus 86 años, mantenía intacta la ilusión y albergaba planes para el futuro.

Las viejas historias que su brazo trazó en su juventud, las renovó en su senectud. Estas fueron las palabras que escribió Jorge Manrique y que valen como epitafio a Sánchez Dragó. No estemos tristes por él. Samuel Johnson decía que lo importante no es como muere un hombre sino como ha vivido. Fernando exprimió la vida.