NICOLÁS REDONDO TERREROS-EL MUNDO
El autor reflexiona sobre los discursos de Pablo Casado que, en su opinión, le convierten en un representante, legítimo, de esa nueva derecha que ya existía en EEUU y que ha empezado a aparecer en Europa.
Otras citas, sin embargo, definen mejor de lo que quisiera al orador. El nuevo presidente del PP, en el discurso que le sirvió para ganar el congreso de su partido, utilizó varias citas. Alguna de ellas, coincidamos en que poco vulgares, como la de Julián Marías, no tenía fuerza para definirle; Marías es un autor respetado por la inmensa mayoría de sus lectores, y aun igual mayoritariamente, por quienes no lo han leído. Otro autor citado por Casado, sin embargo, era un autor poco utilizado por los políticos españoles y, aunque la cita era una irrelevancia sobre las razones para estar juntos, resultaba muy significativo para el orador. Se trata de un autor de los que define a quien con todo el derecho lo utiliza. En un país que tiene a gala no conocer su Historia, el citado pasó desapercibido y, sin embargo, ponía a Casado en una contradicción con su propia definición política. Utilizó a uno de los autores españoles más influyentes en la historia del pensamiento político internacional, más que Unamuno y, en mi opinión, tanto como Ortega, aunque sin ser protagonista reconocido, por lo menos de un tiempo a esta parte .
Forma parte del nutrido grupo de autores del siglo XIX que sirven a algunas escuelas de pensamiento político norteamericanas. Antes fue elogiado, apreciado, citado y utilizado por Carl Schmitt. En el ámbito de la política práctica se le conoce como el encargado, entre otras muchas actividades, de llevar a cabo los designios de María Cristina, la esposa de Fernando VII, en Madrid, mientras ella vivía su exilio parisino. Furibundo enemigo de Espartero y, por extensión, del partido progresista, dedicó todo su empeño y su conocimiento, que era mucho, a defender las posturas contrarias a la Monarquía constitucional: «Yo no creo en el derecho divino de los reyes, pero creo que en la majestad suprema, considerada en abstracto, hay algo divino, y creo que la persona que la ejerce es sagrada (no cree en la divinidad pero defiende la sacralidad)… Isabel de Borbón es una niña de 13 años, sí, pero además es otra cosa, es una institución que tiene 14 siglos». Su correspondencia con la ex regente, sinuosa y meliflua, es digna de ser leída y no digamos ya la más franca y campechana con el marido morganático de la viuda de Fernando VII. Eso es historia y no la juzgo, menos cuando muy pocos estuvieron a la altura requerida en aquella España comida por el odio, la ignorancia y el sectarismo.
No pasó el personaje a la historia del pensamiento político por sus intrigas palaciegas; en ese caso serían muchos los españoles que inundarían las escuelas políticas de Norteamérica y de Europa. ¡No! Pasó a la posteridad, el por otro lado brillantísimo intelectual, por su pensamiento político. Una muestra de él que hoy tiene mucha actualidad por la crisis provocada en la legalidad española por el independentismo catalán, la contemplamos en su discurso Sobre la dictadura, pronunciado en las Cortes.
El 4 de enero de 1849 interviene Donoso Cortés, autor al que me he venido refiriendo a causa de su utilización por el presidente del PP, contestando al diputado Cortina: «…¿Cuál es el principio del señor Cortina ? El principio de S.S., bien analizado su discurso, es el siguiente: la legalidad, todo por la legalidad, todo para la legalidad, la legalidad siempre, la legalidad en todas las circunstancias, la legalidad en todas las ocasiones: y yo, señores, que creo que las leyes se han hecho para las sociedades y no las sociedades para las leyes, digo: la sociedad, todo para la sociedad, la sociedad siempre, la sociedad en todas las circunstancias, la sociedad en todas las ocasiones…. cuando la legalidad basta para salvar a la sociedad, la legalidad; cuando no basta, la dictadura».
No digo que Pablo Casado comulgue con este discurso, sé que no lo hace. Es más, he realizado algún alegato en su favor cuando le intentaban silenciar en Vitoria o cuando su contundencia neófita sobre el gran problema de las emigraciones les ha servido a algunos para situarle ideológicamente donde no creo que se encuentre. Digo que, cuando menciona sin necesidad a Donoso Cortés, legítimamente realiza una declaración de principios conservadora. Casado es un representante, insisto que legítimo, de esa nueva derecha que en EEUU ya existía y que ha empezado a aparecer en Europa debido, muy fundamentalmente, al combate por los votantes que mantienen la derecha tradicional con expresiones políticas nacionalistas y xenófobas. Por esto no parece razonable que se le compare con Macron cuando su parecido más fiel es con Fillon, el último candidato francés de la derecha a las elecciones presidenciales de la República. Tampoco es admisible que se le sitúe en la extrema derecha contra la que combate esta nueva expresión del conservadurismo, aunque en ocasiones puedan terminar pareciéndose. Creo que la apuesta por Europa y el humanismo les separan de las opciones más extremas, nacionalistas y antieuropeas. Es sencillamente –o quiere representar– una opción netamente conservadora, alejada de las zonas templadas del centro y del liberalismo tal y como se entiende en la vieja Europa.
En el pasado, el eje diferenciador entre los conservadores y los progresistas era la naturaleza de la monarquía: absolutista y sagrada, en palabras de Cortés, o constitucional. Hoy el eje se nos plantea de una manera mucho más compleja, más difusa, casi si asideros. Considero que, según cómo reaccionemos a los cambios, se establecen actualmente las opciones ideológicas. «El mundo no está cambiando, está empezando a funcionar de manera diferente… y esa remodelación está ocurriendo más rápidamente de lo que hemos sido capaces de remodelarnos nosotros mismos, nuestros líderes, nuestras instituciones, nuestras sociedades y nuestras elecciones éticas», dice Dov Seidman. Las alternativas ideológicas se establecerán según aceptemos o no esa revolución que se está produciendo en todos los ámbitos. Para más claridad, según estemos dispuestos a ampliar los efectos beneficiosos de la misma y a disminuir las consecuencias negativas o simplemente rechazarla por motivos éticos (que se suelen confundir con razones religiosas), políticos o económicos, estaremos ante grupos proactivos, progresistas.
ESA LUCHA entre el conservadurismo y la apuesta por liderar todos los ámbitos de la globalización se está dando en todos los países. Francia con Macron pudo ganar a Fillon y después a la expresión más siniestra del miedo a perder lo que creían ser, Le Pen. En Gran Bretaña ganaron los extremos alejando al sereno y moderado país de la gran aventura europea; en EEUU Trump no sólo ganó a los demócratas sino que también derrotó a todas las familias de la derecha republicana. Ése es el problema del conservadurismo tradicional, parte de su discurso lo manipulan sin escrúpulos los integrantes de la derecha extrema, dejándoles poco espacio para su acción política. En la izquierda el fracaso ha sido igualmente evidente. Los nuevos tiempos han convertido gran parte de su discurso en lugares comunes que se ven obligados a desdeñar si tienen la fortuna de llegar al Gobierno .
En España, a la cuestión que plantea Dov Seidman, los nacionalismos identitarios, envueltos en sus banderas, en su supremacismo, en su nostalgia fantasiosa, ya han contestado dónde se sitúan, por mucho que se las quieran dar de lo contrario. Los conservadores españoles tienen la tentación de no dejar que aparezcan a su derecha discursos más asilvestrados; pero ese objetivo, si se convierte en obsesivo, les llevará cerca de los más extremos. Éste es el reto que tiene ante sí Casado, por mucho que le digan y le canten al oído las sirenas, el tiempo pasado no volverá. Todo parece en ebullición , todo es más inestable, todo va suficientemente deprisa como para adivinar que el tiempo tranquilo de mayorías estables y duraderas no volverá y, en ese marco, el objetivo marcado influirá en los resultados significativamente.