Editorial, ABC, 9/5/12
Imitando el ejemplo vasco y visto el obstruccionismo al programa de reformas, el PP debe dejar de ser sostén principal de CIU, que ha de aprender a vivir sin socorros en el Parlament
PARECE que el Gobierno catalán no quiere quedarse por detrás del vasco y del andaluz en sus envites al Ejecutivo central por la política de reformas en el gasto público. El portavoz de la Generalitat anunció ayer medidas con las que quería dar forma solemne a una especie de ruptura de relaciones con el Gobierno central. Hubo, de todas maneras, más ruido que contenido, salvo en la posible interposición de un recurso de inconstitucionalidad contra los ajustes presupuestarios en Sanidad y Educación. Y centra sus quejas en la posible invasión de competencias y en el incumplimiento de compromisos derivados del Estatuto. Es decir, lo mala que es España con Cataluña. En realidad, la reacción del nacionalismo catalán se basa tanto en la necesidad de buscar un chivo expiatorio a la grave situación económica de Cataluña como en la estrategia de presionar al Ejecutivo para alcanzar un acuerdo fiscal similar al vasco o el navarro. Por eso, las restantes medidas anunciadas por el Gobierno de Mas son más testimoniales que prácticas y buscan crear conflicto sin provocar una ruptura irreversible. El nacionalismo vuelve a retratarse en una actitud caduca, de victimismo y agravios, que, además, es extravagante en un contexto de renovación política general que tiende a reordenar las competencias entre las Administraciones. Lo que Artur Mas considera una amenaza para la autonomía de Cataluña es, ante todo, una necesidad del sistema político para contribuir a la superación de la crisis, en la que el déficit público actúa como un lastre para la actividad productiva del país.
Plantear ahora la reivindicación de un concierto económico como el vasco es una manifestación de desconocimiento de la exigencia europea de armonización y convergencia fiscal de los Estados miembros. CIU, al reaccionar así, ha entendido bien la dimensión del problema que existe en y con el Estado autonómico, y quiere, como en tantas otras ocasiones, desvincularse del interés general de España con la excusa de nuevos agravios. Imitando el ejemplo vasco y visto el obstruccionismo al programa de reformas de Rajoy, el PP haría bien en dejar de ser en el Parlamento catalán el sostén principal de CIU, que ha de aprender a gobernar en solitario y sin socorros ajenos.
Editorial, ABC, 9/5/12