LIBERTAD DIGITAL 27/02/17
CRISTINA LOSADA
La crítica a las élites globales por su distanciamiento puede caer en lo naif, pero la desconfianza en ellas es un hecho.
En el proceso de repensar la globalización en el que andan muchas mentes lúcidas, y repensarla no es igual a rechazarla, hay un apartado para la crítica de las élites globales que incluye el reproche del distanciamiento. El reproche es del mismo tipo que el que tantas veces se hace a las elites políticas nacionales: están alejadas de la calle, del ciudadano de a pie, de sus problemas. Pero hay diferencias notables, no siendo la menor que los políticos de una nación responden ante los ciudadanos de esa nación: si éstos creen que se han alejado demasiado, dejarán de votarlos. Las elites globales, en cambio, están en el limbo.
Viene esto a cuento de algo que dijo la primera ministra británica hace unos meses y levantó polvareda. Lo que dijo Theresa May fue: «Quien cree que es un ciudadano del mundo es un ciudadano de ninguna parte». Frente a los que se burlaron o alarmaron por esa declaración, el economista Dani Rodrik sostiene en un artículo reciente que lo de May «contiene una verdad esencial», y que haberla ignorado «dice mucho sobre cómo nosotros –la élite financiera, política y tecnocrática del mundo– nos hemos distanciado de nuestros compatriotas y perdimos su confianza.»
Rodrik se pone él mismo como ejemplo de «ciudadano global»: nació en un país (en una familia de origen sefardí, por cierto), vive en otro y tiene los pasaportes de ambos; escribe sobre economía global y su trabajo le lleva a cualquier lugar del mundo; pasa más tiempo viajando por otros países que por los dos de los que es ciudadano; la mayoría de sus colegas son también extranjeros; devora noticias internacionales y pocas veces echa un vistazo al periódico local; no tiene ni idea de cómo van los equipos de su tierra, pero es fan de uno del otro lado del Atlántico.
Concede Rodrik que los que se consideran ciudadanos del mundo no le dan un sentido literal. La ciudadanía, a fin de cuentas, viene dada por la pertenencia a un Estado. Pero el ciudadano del mundo tiende a ver los intereses nacionales como perjudiciales obstáculos para el interés global. ¿Y qué sucede, se pregunta Rodrik, cuando el bienestar de los habitantes locales entra en conflicto con el bienestar de los extranjeros, como ocurre con frecuencia? Para él, la indiferencia hacia sus compatriotas en tales casos es precisamente lo que ha dado mala fama a las élites cosmopolitas.
En otro contexto, Michael Ignatieff escribió que había que reflexionar sobre las virtudes del cosmopolitismo. Es obvio, decía, que «el cosmopolitismo es un privilegio de aquellos que pueden dar por garantizado un Estado nación seguro». Y añadía:
· Los cosmopolitas como yo no estamos más allá de la nación; y un espíritu cosmopolita y posnacional siempre va a depender, en última instancia, de la capacidad de los Estados nación de proporcionar orden y protección a sus ciudadanos.
Hubo una época en la que se pensó que el mundo marchaba, vía globalización, hacia la desaparición de las fronteras y del Estado nación. En España esa visión tuvo particular acogida porque permitía esquivar el asunto de la nación, tan espinoso para algunos. Ya que reconocer la existencia de la nación española les resultaba problemático, optaron por declarar obsoleto el concepto: estábamos en la era posnacional. Eso sí, los que hacían desaparecer de ese modo a la nación española no se atrevían a hacer lo mismo con las naciones de los nacionalistas. Bien, la noticia es que la era posnacional no llegó. Más aún, la tendencia que se ha hecho fuerte en los años postcrisis va en sentido contrario. No tiene pinta de que el Estado nación vaya a ser arrojado al vertedero de la Historia.
La crítica a las élites globales por su distanciamiento puede caer en lo naif, pero la desconfianza en ellas es un hecho. Como también es un hecho la desconfianza en las elites nacionales. No está de más, en cualquier caso, tomar nota de la advertencia que hacía Rodrik:
· Los ciudadanos globales deben evitar que sus nobles objetivos se conviertan en un pretexto para escaquearse de sus obligaciones para con sus compatriotas.