En estos días he visto algunos llamamientos al voto a Ciudadanos en las elecciones catalanas de personas que me merecen respeto intelectual y aprecio personal, pongamos que hablo de Jordi Cañas, Javier Nart y Mariana Boadella, buena cabeza de cartel para las europeas, a quienes acompañaban Arcadi Espada, fundador, y Carlos Carrizosa, candidato en las autonómicas de mañana y por quien mi entusiasmo es mucho más tasado, como les digo una cosa les digo la o.
Si hubiera que colgar a cada opción política una divisa yo propondría para Ciudadanos una inmejorable: “Sostenella y no enmendalla”. Fue la formación naranja una promesa de regeneración que se quedó a medio camino por algunos errores notables, el principal de los cuales fue el abandono del territorio catalán donde se habían venido manejando con notable éxito sus números uno y dos, Albert Rivera e Inés Arrimadas.
Rivera, y después de él Arrimadas, crearon un género en el Parlament con sus interpelaciones a Artur Mas en piezas oratorias brillantes y rotundas. Los dos tuvieron intervenciones muy estimables en Madrid después de su principal error, que fue dejar Cataluña para ir al Congreso. No perdieron habilidades dialécticas, pero se dejaron atrás su condición de ser la gran esperanza constitucionalista en Cataluña, abandono que se hizo más evidente con el gran error de Arrimadas al desistir de representar al mayor número de catalanes al que jamás representó a ningún partido español: 1.109.732 votantes que se tradujeron en 36 parlamentarios.
Arrimadas no comprendió el compromiso que un millón tan largo de conciudadanos le habían planteado con sus votos y consideró que no tenía los apoyos suficientes para ser investida, por lo que prefirió dejarlo correr. No tuvo en cuenta que Felipe González tampoco los tenía en 1980, cuando planteó su moción de censura contra Adolfo Suárez, pero una parte importante de España se convenció de que en él había madera de presidente, cuando replicó con eficacia al fuego graneado al que le sometió la plana mayor del Gobierno ucedeo.
Sin embargo, en esta hora incierta de Ciudadanos, cuando su representación parlamentaria en Cataluña puede seguir el camino de evanescencia que señaló su grupo en el Congreso, es cuando apetece destacar algunos valores que la formación naranja trajo a la política española. Y es justo recordar que Albert Rivera fue el primero en describir el plan de Sánchez “por el cual se quiere perpetuar en el poder”: el control de la televisión pública, las encuestas, criminalizar a los constitucionalistas y lavar la imagen de sus socios. Para Rivera, Sánchez encarnaba hace cuatro años «la España sectaria, la de divide y vencerás», antes de proponer la construcción de un muro entre las dos Españas.
Fue Rivera el primer diputado que afeó a Sánchez el plagio de su tesis doctoral. Él fue el primero en expresar hace seis años sus dudas sobre la tesis de Sánchez: “Es usted de las pocas personas que hacen una tesis doctoral y la ocultan”. Al año siguiente fue mortal su regalo al presidente Sánchez, precisamente en el día del libro: «He traído un libro que usted no ha leído; es su tesis doctoral”. En fin, soy pesimista sobre los votos que obtendrán mañana, pero merecerían un resultado de consolación.