Félix Madero-Vozpópuli
De seguir Rivera por este camino insustancial, los españoles perderemos algo que necesitamos, un partido constitucionalista que convierta a los nacionalistas en prescindibles
Es probable que en este momento los únicos que tengan claro qué es Ciudadanos sean sus votantes. Ahora, por si ya el lío de las tendencias y corrientes en los partidos fuera poco, sabemos qué también ahí hay un ala progresista y otra conservadora. De ser así, y no lo descartemos, harían bien los progresistas en explicarnos qué les separa del PSOE, y qué del Partido Popular la parte más de derechas. De un tiempo a esta parte todo en Cs empieza a ser poco claro. Sus mensajes, cuando no son miedosos o precavidos, son insustanciales. Y cuando son contradictorios, lo que ocurre con frecuencia, la sombra de la mentira aparece con diligencia y descaro. Qué país. Crisis de liderazgo en Podemos, en el PP y ahora hay quien empieza a pedirle cuentas a Rivera, que aunque lo disimule, va de derrota en derrota hasta la derrota definitiva.
Curiosamente el que se sostiene con más garbo al frente de su organización es Pedro Sánchez, un verdadero junco político que ha demostrado tener más solidez que los demás, lo que no es un mérito cuando te acompañan los laureles de la victoria. Tiene la misma formación que Adolfo Suárez, o sea para ir tirando, y eso le permite hacer política sin ruborizarse y sin descomponer la figura cuando cambia, cuando miente, cuando olvida y cuando recuerda.
Albert Rivera creyó que los dioses algunas veces castigan a los mortales concediéndoles sus deseos, pero no siempre. Vemos en Ciudadanos lo que fue, un partido que hizo méritos importantísimos en Cataluña, valiente y audaz, y que cuando dio su salto a la política nacional venía ya precedido de su auténtica vocación: ocupar el espacio entre el PP y el PSOE, ese mismo espacio que de forma artera ya han ocupado los nacionalistas vascos y catalanes, pendientes solo y exclusivamente de lo suyo. Lo que el CDS no pudo o supo hacer lo iba a hacer este joven catalán que, además, veía en Suárez el reflejo de lo que quería ser. Hoy ya no estoy seguro.
Los mensajes de Ciudadanos, cuando no son miedosos o precavidos, son vacuos y contradictorios, lo que empieza a darse con demasiada frecuencia
Ciudadanos se ha gastado sus ahorros catalanes en el intento de adelantar al PP. Falló en las generales. Volvió a hacerlo en las autonómicas y municipales, y sobre todo en las europeas. Su caso se estudiará en las escuelas de Ciencias Políticas que buscan con verdadero afán a alguien que pueda explicar cómo un partido que ganó en diciembre de 2017 las elecciones autonómicas en Cataluña y hoy, junio de 2019, tras una fortísima derrota, sus siglas están apuntan a la insignificancia. Más despacio Albert. Más calma, Rivera. Y algo de humildad y respeto con los que te han votado.
Tras una campaña electoral en la que el líder no ha parado de ningunear a Casado y de satanizar a Sánchez, -despacito Albert, despacito, como la canción-, la votancia de Ciudadanos es la única que tiene claro qué es este partido que sus líderes condenan a la desfiguración. Y eso de que aspira a gobernar un día España es un sueño cuya enunciación provoca vergüenza ajena.
Pero Rivera puede aún salvar los muebles si no confunde a los que le han votado. Él, sin necesidad de que se lo diga Tezanos, sabe que el que votó Cs voto a un partido, pero también a un bloque, porque de eso han ido estas elecciones, de dos bloques en una suerte de bipartidismo renovado. Y ese voto termina haciendo alcaldes y presidentes autonómicos del PSOE. Ciudadanos corre el riesgo cierto de vivir la misma experiencia que en Cataluña: de la victoria a lo insustancial. Y los españoles perderemos algo que necesitamos, un partidos constitucionalista con 40 ó 50 escaños capaz de convertir en los nacionalistas catalanes y vascos en convidados de piedra
Es Albert Rivera el que tiene dicho que es imposible moderar a Pedro Sánchez, y que “echarlo es una emergencia”. Bonita forma de cumplir con su promesa facilitando gobiernos de Castilla y León, La Rioja, Murcia… ¿También en Madrid? Despacio Albert, despacio. Descaradamente está usted toreando con el pico de la muleta. Triunfar así es muy difícil. Y en Madrid, imposible.
Antes de acabar
Era el mes de febrero de 1995. El añorado José Luis Martín Prieto, MP, esperaba a que Luis del Olmo le diera paso para leer su chispa matinal. Un verdadero gozo lleno de gracia e inteligencia. Y de mucha, muchísima mala leche. En una de esas esperas el periodista se encaró con Joaquín Almunia, que acababa de ser entrevistado por del Olmo.
-No sé como tenéis el valor de decir una cosa delante del micrófono y otra distinta cuando coméis con los periodistas. El día que digáis lo mismo en público que en privado podremos asegurar que vivimos en una verdadera democracia. Ahora no, esto es una trampa, una mentira que sólo unos cuantos conocemos. Y sólo, en el estudio, se despidió con este añadido improvisado a su comentario: “Si los oyentes supieran la mitad que un servidor aquí no votaba ni Dios”.
Han pasado casi 30 años. Y me ahorro los comentarios.