LIBERTAD DIGITAL 30/06/16
JOSÉ GARCÍA DOMÍNGUEZ
Ciudadanos tiene que entrar en el Ejecutivo. No se trata de que sus dirigentes quieran hacerlo o no. Porque no se trata de una opción facultativa sino de un imperativo inexcusable. Lo deseen o no, deben hacerlo. Y deben hacerlo porque hay una diferencia crítica entre ellos y Podemos. A los de Iglesias, por la propia naturaleza reactiva y contracorriente de su marca, les está permitido asentarse en el testimonialismo más o menos marginal. Pese su retórica mediática, la genuina vocación instintiva de Podemos es el grito en las plazas, no la tediosa gestión cotidiana en los despachos. Lo suyo siempre será el toreo de salón. Ciudadanos, en cambio, responde a otro impulso. En Europa, un partido que se quiera de centro y con afán de bisagra, plazca la idea o no a sus instancias rectoras, está obligado, so pena de disolverse en la nada, a mancharse las manos en las tareas de gobierno.
Iglesias solo necesita saber hacer el salto de la rana en la tribuna del Congreso para mantener el tipo cada cuatro años ante las urnas. Pero Rivera y los suyos no disponen, y deberían saberlo ya, de esa cómoda patente de corso. Bien al contrario, la disyuntiva de Ciudadanos se antoja simple: o demuestran que no les da miedo gobernar y que, además, saben hacerlo o, más pronto que tarde, se verán barridos del mapa. Entre otras poderosas razones, porque los cimientos sobre los que se asienta su base electoral resultan en extremo más precarios y volátiles que los de Podemos. Pese a su muy relativo fracaso del domingo, Podemos no deja de ser el reflejo de una grieta lo bastante amplia y profunda como para haber partido en dos a la izquierda sociológica española de forma permanente.
La eclosión nacional de Ciudadanos, por su parte, responde más a un estado de ánimo coyuntural, el derivado de la irritación del segmento más joven y urbano de las capas medias frente a la corrupción y manifiesta ineptitud de las elites tradicionales del bipartidismo. Las grietas duran, los estados de ánimo pasan. Dar con el espacio vital para un partido de centro en una Europa Occidental donde todo el mundo es de centro resulta tarea en verdad épica. Pero lo es mucho más aún cuando lo que se tiene en frente es un inmenso armario tan ecléctico y pragmático como el Partido Popular, acordeón capaz de abarcar desde la extrema derecha más doctrinal y apolillada hasta las lindes mismas de la socialdemocracia. Sea como fuere, una bisagra únicamente resulta útil si consigue con su concurso que las puertas se abran y se cierren. Una bisagra sin puerta es como un japonés cantando flamenco: no tiene sentido. Y en política lo que no tiene sentido no dura. Lo dicho, tienen que gobernar.