IÑAKI EZKERRA-EL CORREO
La idea de un País Vasco Suma no es de hoy. Y entonces, como ahora, tiene todo el sentido. Equivale a decirle a un electorado desorientado y desmoralizado: ésta es la opción constitucionalista
 
La polémica sobre la conveniencia de que las filiales vascas del PP y Ciudadanos acudan juntas a las generales del 10-N tomando el modelo de Navarra Suma se ha ventilado de momento con la caída de toda la cúpula alavesa del partido de Rivera. Sin entrar en la trifulca interna, cuyas claves parecen más personalistas que otra cosa (la verdad es que tiene su mérito montar semejante crisis cuando aún no se han jamado un rosco en el País Vasco), vayamos a la cuestión de las diferencias ideológicas, si es que las hay de veras y no se trata de un debate falso y sobreactuado. La primera contradicción de Luis Gordillo, el portavoz de Ciudadanos Euskadi, es que acusa, por un lado, a Alfonso Alonso de dinamitar ese acuerdo, que, por otro lado, él mismo confiesa no desear porque «el PP vasco se ha subido al monte foralista del PNV» y porque Ciudadanos es un partido «liberal, reformista y moderado». La segunda contradicción reside en esa lectura errónea del foralismo de los populares, que no tiene que ver nada con las raíces esencialistas o montaraces del carlismo ni del nacionalismo sino, paradójicamente, con el propio liberalismo moderado y reformista que Gordillo dice representar.

Se podrá estar en contra o a favor del Concierto Económico, pero no tergiversar su realidad histórica y su significado ideológico. En cuanto a la primera, conviene recordar que nace en 1878, dos años después de la Tercera Guerra Carlista y 17 años antes de la fundación del PNV. Como conviene recordar que nace de la mano de Antonio Cánovas del Castillo, que es precisamente quien mejor encarna esa España reformista, moderada y liberal de la que Ciudadanos se siente heredero y que se caracterizó por seguir el modelo británico para evitar los seísmos revolucionarios y contrarrevolucionarios del modelo francés. En cuanto al significado ideológico, el Concierto es la vía del reformismo y la moderación que ese mismo liberalismo encuentra para liquidar sin traumas el Antiguo Régimen. De este modo, hablar del «monte foralista» es tan incoherente como decir el ‘monte canovista’, o sea, un oxímoron propio de quien, creyendo vender antinacionalismo, ha comprado la versión nacionalista de la herencia foral. ¡Otra paradoja más!

Pero, yendo un poco más lejos de esas irreales e impostadas diferencias doctrinales, no está de más recordar que en la derecha del Navarra Suma hay tanto o más foralismo que en el PP vasco, y además foralismo puro y duro, del carlista de toda la vida, sin que Ciudadanos mostrara, para llegar a un acuerdo práctico, esa escrupulitis que ahora, en Euskadi, se saca de la manga. Como no está de más recordar que, en las autonómicas vascas de 2009 a las que Ibarretxe concurría con su proyecto secesionista, el partido naranja dio unos signos de acercamiento al PP convaleciente de la dimisión de María San Gil que contrastaban con la actitud de una UPyD dispuesta a sacar todos los réditos electores que podía de aquella crisis, aunque para ello tuviera que congeniar con el ala más conservadora y antimarianista del PP nacional. Ajenos a esos recovecos laberínticos de las catacumbas del centro-derecha, varias voces del naranjismo pidieron públicamente el voto para el PP de Antonio Basagoiti e incluso Albert Rivera se reunió con éste en Madrid para proponerle ir juntos en aquellos comicios. Pese a la actitud más que receptiva de Basagoiti, la propuesta no cuajó por la negativa explícita, tajante y arrogante de Génova.

Sí. La idea de un País Vasco Suma no es de hoy. Es de ayer. Y entonces, como ahora, tiene todo el sentido. Equivale a decirle a un electorado desorientado, desmoralizado y desmovilizado: ésta es la opción constitucionalista. Tenía sentido en 2009 para cerrar las heridas abiertas en el constitucionalismo vasco por la crisis del congreso de Valencia y continúa teniendo sentido hoy porque, después de once años, esas heridas siguen abiertas, como lo ha demostrado en la convención de agosto la agria irrupción de Cayetana Álvarez de Toledo. En sus reproches al PP de Alfonso Alonso, ésta asoció no por casualidad una supuesta «política de tibieza y contemporización con el nacionalismo» a la defensa de la foralidad y de los llamados «derechos históricos». Como puede observarse, es en esa misma identificación de ‘foralismo’ con ‘filonacionalismo’ en la que insiste ahora Luis Gordillo. Nos topamos, así, ante la mayor paradoja de todas y la que delata la oquedad del debate. Gordillo y Álvarez de Toledo usan el mismo argumento para lo contrario; el portavoz vasco de Ciudadanos para impedir el pacto que hoy no desea Rivera y la portavoz nacional del PP para facilitar el pacto que hoy Génova sí desea.

Con todos los respetos a una y a otro, así como con la única intención de aclarar una confusión que veo arraigada fuertemente en el debate de ideas y que no ha sido debidamente aclarada, les recordaré a ambos que fue ese PP posterior al ‘sangilismo’ el que desalojó por primera vez al PNV de Lakua y Ajuria Enea, si bien es verdad que luego se fue dejando contagiar, no por la tibieza, pero sí por la parquedad y la indolencia del marianismo. Como les recordaré también que la institución foral responde a la legalidad y al espíritu constitucionales tanto como los títulos de nobleza y sus ‘derechos históricos’ para utilizarlos. Dicho de otro modo, no seré yo quien ponga la menor objeción a ese jacobinismo legítimo de la marquesa de Casa Fuerte, pero sí quien repare en la elemental lógica que éste demanda. Si vamos de republicanos, lo vamos para todo. Lo que no vale, en fin, es ir, como en el chiste, a roles jacobinos y a setas nobiliarias.