Claro que pueden

EL MUNDO 06/01/17
SANTIAGO GONZÁLEZ

Orwell establecía en 1984 una identidad entre antónimos, que era el sostén básico del doblepensar: «La guerra es paz, la libertad es esclavitud, la ignorancia es fuerza». El secretario general de Podemos en Baleares, Alberto Jarabo, tiene una guardia de corps para ajustar cuentas a los disidentes. Se llama Comisión de Garantías Democráticas, naturalmente, y su secretario general, Juan Cañellas, se ha visto obligado a dimitir por coaccionar a una inscrita que tuvo la osadía de optar a unas primarias en liza con el candidato de Jarabo, Jesús Jurado.

Cañellas y Jarabo son apellidos con tradición en la crónica negra española. Gabriel Cañellas se llamaba el primer presidente autonómico, que fue procesado por el túnel de Soller y José Mª Jarabo Pérez-Morris fue un pollo pera que en un fin de semana de julio de 1958 asesinó a cuatro personas y murió en el garrote vil al año siguiente. Era un golfo de buena familia. Su tío, Francisco Ruiz Jarabo, que había sido procurador en Cortes por designación de Franco, siguió haciendo carrera después de la ejecución de su sobrino; pocos años después fue nombrado presidente Supremo, cargo que empalmó con el de ministro de Justicia. El caudillo era más ecuánime de lo que se piensa para estas cosas.

El caso es que la inscrita coaccionada, Carmen Azpelicueta, recibió del tal Cañellas una de esas ofertas que no se pueden rechazar: quitarse de en medio durante tres meses, dejarse amonestar y después, «si tú eres buena niña (…) te buscaremos un trabajo». Lenguaje inapropiado, lo llaman. Será por llamarla niña. La amonestación que le propone es un oxímoron impecable: «Un apercibimiento verbal que te daremos por escrito». El caso, que ha terminado por ahora con la dimisión de Cañellas, a la espera de que haga lo propio el presidente de la Comisión de Garantías, Pascual Ribot, que colaboró en la tarea de coaccionar a Azpelicueta, y del propio Jarabo, al que habían pedido su conformidad y se la dio.

Tenía que ser en la tierra de Gabriel Cañellas, MariaAntònia Munar y Jaume Matas. Es notable que el partido que nació hace dos años para acabar con la casta, la vieja política y regenerar la vida española, ha seguido las pautas de la vieja con una meritoria fidelidad en fondo y forma. Aún no han tocado poder en ningún Gobierno autonómico o en el central, pero venían con las mañas aprendidas de casa. También en las formas. El secretario del Comité de Garantías ha tenido que dimitir por haberse dejado grabar toda la monserga recriminatoria y las promesas de compensar a la díscola «si eres buena niña». Una concejal de ERC de Torredembarra destapó lo del 3%, un concejal del PP de Majadahonda que grabó sus conversaciones con Correa, destapó el caso Gürtel.

Es lo que hay. Estas Navidades, dos concejales de Podemos de Getafe han tratado de ocultar una paga recibida erróneamente. Y está lo de Pablo Iglesias y su productora iraní, lo de Monedero, Bescansa y Alegre y sus cobros venezolanos, lo de Errejón y su beca fantasma, lo de Espinar y el piso Black, lo de Echenique y su asistente en negro. Imaginen lo que podría ser esto el día que Irene Krupskaia llegue a ministra de Fomento.