ALFREDO CRESPO ALCÁZAR / Politólogo, EL CORREO 20/03/14
· El Partido Conservador Escocés (SNP) celebró el pasado fin de semana su Conferencia en Edimburgo. El primer ministro británico adquirió un papel protagonista en este evento, apelando a la trascendencia de que Reino Unido permanezca indisoluble. Pese a ello, todavía no ha ofrecido un proyecto orientado a reformar y aumentar el marco competencial del Scotland Act de 1998.
Como apuntó el portavoz del Partido Conservador Escocés, Richard Keen, 2014 es un «año crítico» para su formación y para Escocia, aunque no enumeró todas las repercusiones que realmente podrían derivarse. Partiendo de la base de que el unionismo, tal y como apuntan los sondeos, ganará el referendo del 18 de septiembre, los ‘tories’, al contrario que los laboristas, aún no se han movilizado para hacer llegar a los escoceses una propuesta atractiva que se sume a la defensa de la integridad territorial de Reino Unido.
Al respecto, poner de manifiesto las contradicciones en las que incurre el proyecto del SNP (por ejemplo, acentuar las diferencias que en su seno cohabitan sobre el rol de la monarquía en la Escocia independiente), servirá para generar tensión en la plataforma independentista ‘Yes Scotland’ conforme se acerque el día de las votaciones, pero no para que los ‘tories’, individualmente considerados, recobren automáticamente la consideración de ‘one nation party’.
Hasta la fecha, y es un fenómeno que debe valorarse positivamente, los conservadores han optado por sumar esfuerzos con laboristas y liberales-demócratas, principalmente, a través de ‘Better together’ (‘mejor juntos’), enfatizando el orgullo por una historia compartida y recalcando las consecuencias negativas que se desprenden del proyecto rupturista patrocinado por Alex Salmond, algunas de las cuales aparecieron este fin de semana en Edimburgo. Así, por ejemplo, Philip Hammond (ministro de Defensa) expuso de forma verosímil que una Escocia independiente difícilmente podrá encarar de modo satisfactorio la emergencia de nuevas amenazas a la seguridad, de las que recordó «no siempre comparten nuestros valores e intereses».
Más importante, si cabe, fue el protagonismo del histórico Ken Clarke. Ministro de Hacienda con John Major y representante del ala moderada del Partido Conservador, aspiró en varias ocasiones al liderazgo ‘tory’ durante los años de apogeo del blairismo. Sin embargo, sus credenciales eurófilas (o no excesivamente euroescépticas) le hicieron fracasar. A partir de 2010, se incorporó al equipo de David Cameron como ministro sin cartera. Que tomara parte en esta conferencia ilustra que pasado y presente conservador se aúnan para la defensa de la unidad del Reino Unido.
De hecho, el europeísmo de Clarke fue empleado en Edimburgo como herramienta para desmontar los argumentos del SNP, en función de los cuales la independencia permitirá a Escocia seguir como Estado miembro de la UE. Clarke explicó que la realidad es otra bien distinta y se traduce en que la Escocia con la que sueña Salmond tendrá un nivel de influencia en la comunidad internacional similar al de Malta.
David Cameron, aunque en su alocución habló de que existe un «espíritu escocés», cuando enumeró sus características (iniciativa individual, responsabilidad, aspiración) no aportó novedad alguna. Tampoco lo hizo citando como argumento de autoridad a referentes de la Ilustración escocesa (David Hume y Adam Smith). Es más, bien podría subrayarse que debatió como Margaret Thatcher en los años 80. «Nuestros valores son valores escoceses», sentenció el primer ministro, con lo que nuevamente antepuso el todo (filosofía ‘tory’) a la parte (Escocia) como si ambos fueran compartimentos estancos. Dicho con otras palabras: ganar el referendo resulta compatible con esbozar una reforma constitucional. Obrando de esta última forma, además, dotaría al SNP de cierta autonomía de funcionamiento que difuminaría, en parte, la escarapela de mera sucursal de Londres que actualmente le identifica.
Por lo tanto, el proyecto ‘tory’ para Escocia es un incógnita. Se puede aventurar que habrá cambios pero no su envergadura o magnitud, algo deducible de las palabras de Cameron cuando rechazó el mantra nacionalista de que votar ‘no’ implica también oponerse a reformas posteriores. Sin embargo, en Edimburgo el primer ministro solo reiteró que su compromiso se basa en que la ‘devolution’ funcione mejor.
En idéntica dirección intervino Francis Maude cuando afirmó que «somos el partido que tiene un plan a largo plazo para que la economía sea más competitiva y los servicios públicos mejoren». Sin duda, un mensaje que peca de genérico y en el que los reproches a las políticas del laborismo conservan su preeminencia. Ruth Davidson, la líder de los conservadores escoceses, no se desmarcó de esta línea argumental, ensalzando los planes de su formación para mejorar la enseñanza o la sanidad.
En definitiva, Cameron está siguiendo una estrategia correcta de cara a derrotar al independentismo en el referendo del próximo mes de septiembre. Ha logrado el consenso con sus ‘rivales’ unionistas; paralelamente, ha sabido delegar el protagonismo en ‘Better Together’ y en Alistair Darling. Su predisposición a sumar esfuerzos, consciente de la magnitud de la empresa que acomete, resulta tan admirable como encomiable. Sin embargo, las dudas sobre la capacidad de los ‘tories’ para convertirse en una fuerza de referencia en Escocia están más que justificadas.
ALFREDO CRESPO ALCÁZAR / Politólogo, EL CORREO 20/03/14