Santiago González, EL MUNDO, 14/5/12
El presidente del Gobierno viajó ayer a Bilbao para clausurar el congreso de su partido en el País Vasco. Como era domingo, las Bolsas no funcionaban y la prima de riesgo estaba tran- quila, pudo dedicar lo principal de su discurso a la cuestión vasca, que en los últimos días le ha suscitado algún problema menor con las víctimas del terrorismo. El congreso había sido un paseo triunfal para Antonio. Sólo nueve de los 480 delegados se expresaron contra la ponencia política, una insignificancia, el hominem te esse memento que susurraba el esclavo al oído del general victorioso en su desfile hacia el Capitolio.
El presidente nacional del PP ratificó la ruptura del Pacto con el PSE que el pasado lunes había anunciado Basagoiti con un SMS a Rajoy por todo anuncio previo, aunque en esto no había el menor atisbo de división interna: los críticos eran partidarios de haber roto antes. Por eso, el presidente del partido y del Gobierno se empleó más a fondo en la cuestión terrorista.
«El Gobierno sólo quiere que ETA se disuelva definitivamente y se aplique la ley. (…) Tiene que disolverse definitiva e incondicionalmente». No está mal, pero es perfectible. Veamos: está bien que cualquier persona tenga dos deseos como los que anidan en el corazón del presidente: que ETA se disuelva y que se aplique la ley, pero quedaría mejor decir que el Gobierno va a aplicar la ley para que ETA se disuelva y después también. El anterior presidente ya expresaba con vehemencia su confianza en la inexorabilidad de los hechos: «ETA sólo tiene un destino y es poner fin a la violencia. ETA sólo tiene un destino y es abandonar las armas».
A esa confianza le añade Rajoy el deseo: «El Gobierno quiere…», aunque desde Max Weber es mucho mejor que los gobiernos expresen compromiso: el Gobierno no va a descansar hasta que ETA se disuelva y va a emplear en ello todos los recursos del Estado de Derecho, un suponer. Al titular del monopolio de la violencia física legítima no le basta confiar en, o querer que se aplique la ley. Aplicarla es precisamente su responsabilidad y ningún gobernante sensato, como sin dudaes Rajoy, debe confiar en que ETA asuma de por sí la responsabilidad de disolverse «definitiva e incondicionalmente».
Ellos han dicho que no quieren. Su brazo político ha expresado reiteradamente su negativa a exigírselo, Brian Currin y sus mediadores internacionales consideran inconveniente que lo haga. Por otra parte, no parece que la negativa de los terroristas a disolver su organización sea un inconveniente para que la mayoría de los partidos democráticos (y de los que no lo son) exija al Gobierno «que mueva ficha» y acerque presos.
De hecho, un gobernante sensato no debería confiar en las intenciones de ETA. Por eso no es prudente su advertencia: «(ya dije que) esto no terminaría hasta el anuncio de la disolución definitiva e incondicional de la banda terrorista». No hasta el anuncio, sino hasta la disolución misma. Considerar que la peor de las hipótesis es posible no es un augurio de cenizos, sino, como diría Scruton, la cláusula de salvaguarda de los gobernantes prudentes.
Santiago González, EL MUNDO, 14/5/12